R.·.H.·. José Luis Carrasco Barolo.
P.·.V.·.M.·.I.·. de la F.·.R.·.L.·.S.·. Luis Heysen Incháustegui N° 3
“Te rogamos ¡Señor! Hagas que nuestros pensamientos se dirijan a la grande obra de nuestra perfección, para que consigamos al fin ver coronados nuestros trabajos con tu misericordiosa recompensa”Del ritual del Aprendiz Masón Rito de York
Los hechos de inmoralidad y de corrupción, tanto en el poder como en todas las esferas de la sociedad, me inducen como Masón a preguntarme si la crisis de valores es tan profunda que ya no tiene solución. ¿Por qué los niños no encuentran la puerta abierta hacia la felicidad? ¿Por qué los hermanos terminan odiándose y peleando por el hogar que desde siempre han compartido? ¿Por qué la Luz de la Verdad parece estar iluminándonos con focos ahorradores?
Les confesaré que no he podido encontrar una respuesta satisfactoria. Cada vez que pienso que estamos avanzando hacia la construcción de espacios más fraternos y más tolerantes, es decir, más solidarios, me encuentro con nuevos casos de inmoralidad o de corrupción.
No significa que me considere el paladín de la moralidad, pues el Gran Arquitecto del Universo sabe muy bien lo que guardamos en nuestro corazón y conoce que dentro del mío, además del amor enorme que le tengo a la Orden, se hallan las ramificaciones venosas de la tradición en la que he crecido y de la experiencia en la que me he forjado, nutridas ambas de costumbres y enseñanzas más bien intolerantes, que terminaban ocultando o aceptando las conductas que hacían daño a los demás o a la sociedad misma, mostrándolas como si fuesen buenas o exitosas, siendo así como la sociedad nos viene moldeando desde que nacemos a una vida física; desde que usamos nuestro aspecto racional.
¿Cómo he de considerar aceptar nuestra realidad, si en mi experiencia de abogado encuentro que al agente que comete un robo se le sanciona con una pena mayor que a aquél que comete un homicidio, lo que a fin de cuentas me da a entender que la vida vale menos que el patrimonio de una persona?
Por eso considero que no es posible a un Masón quedarse impávido frente a los hechos que yo entiendo como otra forma de violencia contra la humanidad, hechos que se nos muestran escondidos tras los actos de corrupción y de inmoralidad que apreciamos todos los días.
Pues si existiese un hermano que no responda activamente en contra de las conductas de las que hablo, es en esencia un cómplice y por lo tanto traidor a los principios de la Orden. Y si fuera un Masón el que los cometiere, aunque no dejare de ser nuestro hermano, debemos reprenderlo con la suavidad propia de la Fraternidad que nos cobija, suavidad que esperamos termine incendiando la conciencia del hermano con el fuego de la antorcha que la masonería enraíza en nuestros corazones; pues no somos islas en el mar inmenso de nuestras sociedades, sino continentes que tenemos la obligación como masones de darle forma al paisaje entero, espacio circunstancial en el que nuestras almas se relacionan con otras. Somos mares que golpeamos los acantilados más duros de la tierra.
Pero, ¿qué ocurre si aún así el hermano o hermana no cambia su visión del mundo y continúa realizando la conducta que agravia a otro ser humano? La respuesta no es única, pues no existe un recetario para ese problema. La conducta que uno puede controlar es la de uno mismo, por lo que lo que se deberá evitar es la complicidad. No debemos olvidar lo que el ritual nos enseña: a favor del hermano, debemos «vindicar su opinión cuando fuera calumniado y exponer en su defensa las circunstancias que le sean más favorables, aun cuando su conducta sea justamente reprensible».
Dicho esto, ¿dónde podría encontrar la respuesta que me haga vislumbrar tiempos mejores? Considero, por lo menos en este aspecto, que la respuesta es clara aunque no tan sencilla: la respuesta está en nuestro corazón. Sin caer en cuestiones biológicas, debo señalar que el conocimiento popular, tan cercano al sentido común que a veces nos falta, ha señalado desde la antigüedad que en el corazón se encuentra nuestro ethos, nuestro átomo, nuestro neumon. El corazón es el símbolo de nuestra identidad como seres humanos, de acuerdo al análisis histórico de la experiencia cultural de la humanidad. El corazón, es el símbolo filosófico de nuestra existencia moral. Tras la muerte, los egipcios indicaban que el corazón era entregado al dios Anubis que lo pesaba. Una verdadera iniciación que debía recorrer el alma para llegar al espacio extrasensorial, en el que –al fin- podrá el ser humano descansar plenamente.
El ritual de Aprendiz, en el rito de York, por su parte, nos enseña también que el primer lugar en donde fuimos preparados para ser masones es en nuestro corazón, pues la piedra bruta de nuestras existencias sólo son tocadas y moldeadas por cada uno de los HH.·., usando las herramientas que se nos ha entregado en este Grado. Morimos a nuestra vida Profana y a nuestro pasado, para nacer a la nueva vida en la luz de la Verdad. Somos los “Hijos de la luz”.
En la canción de Fito Paez, que le da título al presente Trazado, se nos dice:
¿Quién dijo que todo está perdido?: ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!
Pero qué difícil resulta a veces el sentirse triunfador cuando todos los días nos enfrentamos a ejemplos de la desgracia humana, que impiden el desarrollo de la propia humanidad, puesto que deja aflorar las espinas de la ignorancia, de la ambición y del fanatismo.
El autor de la canción continúa:
Tanta sangre que se llevó el río: ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!
El esfuerzo no es recompensado; los triunfos son para aquéllos que reniegan de sus principios y que subsisten alcanzando la altura de sus ambiciones, pisando a los demás. Pero no debemos olvidar que a pesar de todo ello el mundo sigue moviéndose y todavía se levantan columnas de fuertes en contra de los vicios. Las antorchas de la verdad se siguen encendiendo, a pesar de la rapiña de los que hurgan en la basura del ser humano. Y por eso, en la misma canción el poeta nos dice:
No será tan fácil… ya sé que pasa. ¡No será tan simple como pensaba!
La felicidad no es nuestro patrimonio, es nuestro anhelo y, como tal, debemos trabajar mucho para conseguirla. A fin de cuentas: desnudos vinimos al mundo ¿por qué esperamos llevarnos todo lo que atesoramos durante nuestro paso por este espacio terrenal?
Nuestra vida es la ofrenda que en nuestra muerte a la vida física, la que todos surcaremos, la más importante de todas las muertes por las que pasamos en nuestras vidas, incluyendo la del cuarto de reflexiones, le debemos al Gran Arquitecto del Universo. La podredumbre humana exige una respuesta directa y crucial, una respuesta desde nuestro interior, como en la letra de una canción del cantautor ítalo argentino Piero: «hay que sacar las cosas afuera, para que adentro nazcan cosas buenas, cosas nuevas»; es, en conclusión
Como abrir el pecho y sacar el alma... una cuchillada de amor.
Pero hay que ser conscientes que la situación no es labor de uno solo, que se necesita la fuerza de una cadena de hombres y mujeres, libres y de buena voluntad para levantar el ancla que nos da dolor y no esperanza.
Luna de los pobres siempre abierta: ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!
La miseria del hombre es el pasado que cargamos constantemente, es nuestra cruz personal e intransferible. Por eso, en el Volumen de la Ley Sagrada se nos dice que no es el pecado de los padres o el de los abuelos, sino el de uno mismo el que produce la llaga de la humanidad, porque como si fuera una mistura, el daño que cada uno causa a la vida se une a los demás daños en una mezcla que toma la forma del vicio. Es un cáncer, es el veneno que inunda nuestras mentes e impide escuchar los sonidos hermosos que la vida nos regala todos los días.
Por eso,
Como un documento inalterable: ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!
Ne varietur a nuestra obligación y en ello se deberá ir nuestra existencia y nuestra razón. Es nuestra palabra como masones de pulir nuestra piedra bruta y colocarla llana, limpia, pulida, en las columnas del gran templo de la universalidad humana. Solos no podemos, pues ¿de qué sirve la antorcha si no ilumina o si ni siquiera se enciende? Como he dicho en otras oportunidades: los masones debemos vernos como un pedazo de cera con una mecha, solo cuando esa mecha está encendida dando luz a los demás es que nos encontramos ante una vela, en cualquier otro caso solo será un pedazo de cera con una mecha.
Y uniré las puntas de un mismo lazo y me iré tranquilo, me iré despacio
La cadena fraternal, aquella que no tiene límites ni físicos ni espirituales; esa cadena que es una unión de eslabones y que uno junto con el otro no solo le dan forma sino que la justifican, también sustenta la idea de la fraternidad masónica. La masonería tiene un comienzo pero no tiene un final. Nuestra Augusta Orden solo se explica desde la posición trascendental de la presencia física y real de cada hermano en sus logias, uniendo en cada uno de sus trabajos las puntas de un mismo lazo.
Y te daré todo y me darás algo… algo que me alivie un poco más.
No hay grados ni medidas: toda ayuda es necesaria e imprescindible, pero sin caer en la solidaridad vacía. La colaboración debe buscar que el hombre crezca y se desarrolle y no que se acostumbre a su situación. Más aún, tampoco se debe dar todo lo que se tiene de tal manera que ya no se pueda sobrevivir o termine el hermano o hermana afectando a sus seres queridos.
Cuando no haya nadie cerca o lejos: ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!
Tu mano izquierda no debe ver lo que la otra entrega, por eso introducimos nuestra mano completa al saco de Beneficencia, para que la caridad no disminuya al hermano que se encuentra en desgracia, luciendo nuestra capacidad y demostrando el mayor beneficio que nuestras actividades nos dan.
Cuando los satélites no alcancen: ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!
Los satélites pueden ser símbolo de lo artificial, de la ayuda externa. Nuestros templos están llenos de objetos que solo pueden tener un valor simbólico si los vemos con los ojos del corazón, con los ojos de nuestra alma. Son medios para alcanzar el sublime objetivo de la construcción de nuestros templos espirituales. Puede faltarle cosas, puede carecer de los objetos, pero siempre será un templo masónico si cuenta con las tres grandes luces de la fraternidad: un volumen de la ley del Gran Arquitecto del Universo, una escuadra y un compás. Es decir, si contamos con la fe en nuestros ideales, con la esperanza de alcanzarlos y si en nuestras vidas actuamos dando amor hacia los demás.
Y hablo de países y de esperanzas, hablo por la vida, hablo por la nada. Hablo de cambiar esta nuestra casa… de cambiar por cambiar no más.
No debemos olvidar lo que se nos dice en el ritual de Aprendiz:
“En medio de vuestros asuntos y empleos no olvidéis los deberes que tantas veces se os ha recomendado en esta Logia; sed prudentes, diligentes, moderados y discretos y acordaos igualmente de que en este A.·., habéis prometido solemnemente ayudar y aliviar con cordialidad, en proporción a vuestros haberes, al H.·. que necesite vuestra asistencia; que habéis prometido corregir sus faltas con suavidad y ayudarle en su reforma; vindicar su opinión cuando fuere calumniado y exponer en su defensa las circunstancias que le sean más favorables, aun cuando su conducta sea justamente reprensible”.
Agregando que
“Estos principios generosos se extienden aún más; todo hombre tiene derecho a vuestros buenos oficios y os encargamos que hagáis bien a todos, recomendándoos principalmente a los HH.·.”.
Que el espíritu de tantos Hermanos y Hermanas masones que nos antecedieron en este caminar, nos ilumine la trayectoria y nos oriente hacia la luz verdadera. Como el de Miguel Grau Seminario, el “caballero de los mares”; como el de Albert Schweitzer, premio Nobel de la Paz que luchó por la salud de los hombres y mujeres del África; como el de Badén Powel, fundador de los Boy Scout; como el de Ballington Bootle, impulsor del Ejército de Salvación; como el de Henri Dunant, fundador de la Cruz Roja; como el de Martin Luther King; como el de nuestro Muy respetable Hermano Juan Manuel del Mar, primer Gran Maestro del Gran Oriente del Perú, quien demostró en su vida el desprendimiento, situación rara entre nuestros políticos; como el de Jorge Eliécer Gaitán, político liberal colombiano, que su entrega además de provocar que las mentes injustas organizaran su asesinato, también le significó que se le reconociera como el «tribuno del pueblo»; y muchos más.
Por eso, les digo a todos mis Hermanos:
¿Quién dijo que todo está perdido?:
¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!