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DIALOGOS CONMIGO MISMO:Cansancio

Escrito por José Corzo




cansancio

De repente notamos un inmenso cansancio, no sabemos a qué es debido pero volvemos la vista atrás y vemos el camino que hemos recorrido, las Hermanas y Hermanos que se fueron quedando en el camino y nos invade una infinita tristeza; observamos el trabajo en el interior de nuestros talleres y no podemos por menos que asumir que hay cosas, no muchas ciertamente, que no se hacen de acuerdo a los preceptos masónicos a los que nos debemos; miramos hacia nuestro interior y nos percatamos de que la obra, nuestra obra, presenta inconsistencias y desviaciones sobre los planos previamente trazados, con mimo y dedicación, en nuestro tiempo en la Cámara de En Medio y, en ese momento, el cansancio, un infinito cansancio, se apodera de nosotros.


A pesar de todo tratamos de seguir adelante, los pasos se vuelven lentos y van acompañados de un leve tintineo, un sonido molesto pero que no centramos con exactitud de donde viene, a nuestro derredor no hay nada que pueda provocar ruido alguno pero el tintineo es constante; ese tintineo acentúa nuestra sensación de cansancio pues no en vano resulta incómodo. Decidimos parar conscientes de que es necesario tomar un respiro so pena de que terminemos abandonando el camino.


No sentamos, miramos hacia el punto del que partimos y vemos como otras personas se agolpan en el punto en el que se inicia el camino; vemos su vigor, su frescura, la que hace algún tiempo nos ha abandonado, llega hasta nosotros y nos vivifica, parece que el cansancio se atenúa. Continúa el tintineo y dedicamos un tiempo a saber cual puede ser la causa de un ruido que se nos ha metido en nuestros cerebro, nos machaca e impide que disfrutemos plenamente de los beneficios que nos aportaría la savia de quienes se incorporan a la Gran Obra.


De repente un brillo tenue hace que comencemos a entender cual es el origen del ruido que nos molesta desde hace algún tiempo, es el brillo del metal, el mismo metal que nos martillea con su sonido. Sin querer, por dejar de prestar atención a las pequeñas cosas, se nos han ido pegando pequeños trozos de metal que han ido ralentizando nuestro paso y haciéndolo cada vez nás fatigoso.


Vamos teniendo las cosas claras, metales que se nos han adherido, desviaciones en la obra, muros que se salen de la vertical. La plomada del Aprendiz hace algún tiempo que dejamos de considerarla necesaria pues en nuestra soberbia, sobrevenida o nunca eliminada del todo, hemos llegado a pensar que somos capaces de trabajar con herramientas más sofisticadas y dejar a un lado aquellas primeras y tan valiosas herramientas que nos acompañaron en nuestros primeros pasos.


De repente comprendemos cuales son las causas del cansancio, del hastío, que nos invade. Hemos ido olvidando nuestras promesas y con ese olvido hemos ido perdiendo parte de nuestros principios y eso, en el fondo, es lo que hace que el camino se nos vuelva cuesta arriba. Hemos ido añadiendo a nuestro equipaje, quizás sin querer, cosas que ni son necesarias, ni útiles; metales, adornos, maquillajes, camuflaje al fin para seguir transitando por un camino que exige, precisamente, la ausencia absoluta de todo eso. Es necesario volver al compromiso, a los principios, a la fraternidad algo deteriorada, a que la igualdad sea algo más que un enunciado y a recuperar la libertad de pensar sin las cortapisas de algún dogma que se nos ha colado sin querer.


Bien, conocidas las causas habremos de poner remedio y volveremos sobre nuestros pasos, retomaremos el mallete y el cincel de nuestros primeros pasos, volverán las callosidades a nuestras manos y recordaremos aquello que tantas veces repetimos, siempre aprendices.



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