El 20 de septiembre ha sido declarado por diversas organizaciones que promueven la libertad de conciencia del mundo, como el Día Universal del Libre Pensamiento.
Ha sido considerada esa fecha con ese propósito, en recuerdo de la “Brecha de la Porta Pía”, evento que marcó el ingreso a Roma de las fuerzas patrióticas italianas, en 1870, bajo el impulso republicano y laico de Garibaldi, contra las fuerzas militares papistas y francesas, episodio que significaría no solo la unidad italiana, sino la caída del poder temporal del pontífice romano y de su intervención política reclamada como “derecho divino”.
Ese día, los combatientes bersaglieri rompieron la defensa del dominio papal, ingresando por la Puerta Pía, estableciendo el derecho italiano a su unificación, por sobre los intereses de las potencias extranjeras unidas al papismo, en la tercera guerra de independencia italiana.
El adversario principal era nada menos que Pío Nono, el mismo que había atacado el pensamiento científico y las investigaciones de los hombres de ciencia, y que había proclamado la prevalencia de la fe sobre la razón en su encíclica Singulari Quadam. En abril del año del ingreso patriota a Roma, la Constitución Dei Felius, emanada del Concilio Vaticano (I), había establecido la condena al racionalismo y las teorías naturalistas. En julio, la constitución Pastor Eeternus, también bajo el impulso conciliar, reafirmaba la “infalibilidad del Papa, cuando hablaba ex cathedra”, es decir, la irrefutabilidad de los planteamientos papales frente a cualquier asunto secular.
Dos meses después de la victoria garibaldina, en la encíclica Respicientes ea, el Papa decretaría la excomunión de los que habían “invadido, usurpado u ocupado” territorios de los Estado sujetos al poder pontificio.
Sin duda, el acontecimiento de septiembre de 1870 señala el momento en que toda la historia de interferencia temporal del papado en la realidad europea política y secular, comienza su irreversible declinación. Ello significaría que, con el tiempo, el imperio político del Papa quedaría relegado al territorio vaticano. Sin embargo, bien sabemos que ello seguiría siendo en términos relativos.
Ese episodio, es el que ha estimulado a diversas organizaciones librepensadoras a proclamar, hace algunos años, el 20 de septiembre de cada año como el Día Universal del Libre Pensamiento, iniciativa que progresivamente ha ido ganando más trascendencia y apoyos de aquellos que reconocemos el libre pensamiento como la base sobre la cual se construye el derecho a la libertad de conciencia, proclamado por la comunidad internacional.
Es oportuno que así sea. Diversas circunstancias y episodios que ocurren cotidianamente en el mundo, señalan la necesidad que poner al libre pensamiento en la agenda constructiva de las sociedades contemporáneas. La presión ejercida por determinismos, que buscan el tutelaje espiritual de las personas y la hegemonía de las sociedades, es constante, y no han cambiado las conductas y acciones que los mueven hacia manifestaciones de poder que afectan profundamente la libertad y los derechos de conciencia.
En muchas partes del mundo visiones totalizantes buscan imponerse por diversos medios, a partir de verdades absolutas, y no son pocos los países sometidos a violentas tensiones, como consecuencia de la utilización política de los dogmas y de la asociación de los poderosos con las jerarquías religiosas. Cuando ello ocurre, las libertades de conciencia son inmoladas y se imponen verdades absolutas, que avasallan la libertad de las personas y de las sociedades.
La reclamación universal del libre pensamiento, a través de la conmemoración del 20 de septiembre de 1870, tiene por lo tanto un fundamento irrefutable. Es la reclamación por la ciencia, por la libertad, por los derechos humanos, por la dignidad de la persona humana, por la democracia, por el pluralismo, por la tolerancia. Es la reclamación de aquello que hace posible la libertad de conciencia, esto es, la libertad de pensar y de decir lo que se piensa, y llevar una vida personal de acuerdo a las convicciones de cada cual.
Ninguna de las libertades modernas, consagradas por las convenciones alcanzadas por la Humanidad en los últimos 100 años, es posible sin el libre pensamiento. Sin embargo, son pocas las sociedades que pueden expresar con certeza el imperio del libre pensamiento en su desenvolvimiento cotidiano. Una enorme mayoría, en general, tienen problemas que hablan de comprobaciones que van precisamente en sentido inverso al avance esperado por las sociedades y aquellos segmentos más comprometidos con la libertad.
Hay episodios recientes que ilustran estas constataciones: Rusia, Turquía, España, Argentina, los países del Medio Oriente, Pakistán, India, etc. señalando lamentables efectos. Chile también tiene aún mucho que realizar para consolidar la libertad de conciencia.
La defensa y la promoción del libre pensamiento, bajo la lectura de lo sucedido en la Brecha de la Porta Pía, no tiene que ver con una adversión a la religión y al ejercicio religioso. Por el contrario, el libre pensamiento respeta el hecho religioso y la opción religiosa de las personas, como respeta cualquier posición no confesional o la no creencia en conceptos divinos. Al recordar la hazaña bersaglieri de 1870, lo que se está simbolizando es la derrota de la pretensión y concreción del determinismo de una religión sobre los asuntos políticos de un tiempo y de un lugar, a partir de un ejercicio de hegemonía.
Ello tiene una traducción en los asuntos de los Estados contemporáneos, que son objetivos permanentes de la conducta de las jerarquías religiosas, que persisten en dar continuidad a su hegemonía sobre los asuntos políticos y sociales, en alianza con estructuras de poder políticas y económicas. De allí la vigencia de la reivindicación del libre pensamiento, que viene a proponer a nuestro tiempo, la necesidad de erradicar los determinismos entronizados en las estructuras del Estado, del mercado y de la sociedad civil, a fin de asegurar sociedades más libres y más creativas, sobre la base de la libertad de conciencia.
Sebastián Jans Pérez