Es difícil hablar de la Cábala. Es un tema que parece misterioso, caótico, secreto. Por lo general, la gente cree que es el patrimonio de algunos viejos judíos que, celosamente, han conservado secretos reservados únicamente para ellos.
Intentemos ver, para empezar, lo que no es la Cábala.
En primer lugar, conviene reformar una opinión errónea, aunque admitida casi universalmente, según la cual se trataría de una doctrina particular que se habría desarrollado principalmente durante la Edad Media; una doctrina de naturaleza mística que avanzaba paralelamente a la tradición bíblica.
La Cábala no es una doctrina, no puede enseñarse, no se desarrolló en un momento preciso de la historia, no nació de la destrucción del segundo Templo de Jerusalén, no proporciona recetas de magia, no sirve para hacer talismanes. No, en relidad se trata de algo muy distinto.
¿Qué es la Cábala?
Acabamos de decirlo, la Cábala no puede ser enseñada sino que se comunica. Aquel que quisiera transmitirla bajo la forma de clases o lecciones, mostraría su ignorancia. La Cábala es universal. Por ello no hay únicamente una Cábala judía; todas las tradiciones suponen una Cábala. Así es como existe una Cábala griega, latina, cristiana (que algunos cristianos poseían).
La Cábala se diferencia según las tradiciones religiosas de aquellos que la poseen. Por ello debemos hablar de la Cábala judía cuando nos referimos a los judíos.
La palabra Cábala procede de una forma intensiva del verbo kabo (1) que significa «recibir». Es exactamente el sentido de la palabra «tradición» (del latín tradere, transmitir de mano a mano). La Cábala es la transmisión de algo. Los cabalistas judáicos son aquellos que han recibido la Cábala. A partir de este momento forman parte de la asamblea cabalista y se denominanmekubalim.
Los doctores de la Cábala citan con frecuencia, para definir lo que han recibido, un fragmento de la Mishna (es decir, de la enseñanza de los rabinos en la época del segundo Templo; la parte más antigua del Talmud). Este texto dice lo siguiente : «Moisés recibió la Torá del Sinaí. Luego, la transmitió a Josué, a los Antiguos; los Antiguos, a los Profetas y los Profetas la transmitieron a los hombres de la gran Asamblea» (es decir al Sanedrín) (2).
¿Qué recibió Moisés?
Lo que recibió Moisés fue simplemente la Torá, es decir la Ley. Así, la Cábala es recibir la Ley.
Observemos que en el texto citado previamente, no se habla en ningún momento del pueblo. Moisés transmite la Torá a Josué; los Antiguos la reciben luego, después los Profetas y, por último, el Sanedrín. Así, el don de la Torá nunca ha sido otra cosa que la herencia de un pequeño número y el pueblo siempre ha sido excluido de él.
Lo que recibió el pueblo, lo que comprendió, no era más que el aspecto exterior: libros, una historia, un culto.
¿Quién ha proporcionado el don de la Tora?
¿Dios? No. Pero sí el Sinaí. En efecto, el texto no dice que Moisés recibió la Torá en o sobre el Sinaí, sino que lo que dice es que la recibió del Sinaí. ¿Cuál es pues esta montaña que ha hecho ese don? Se encuentran dos etimologías posibles de la palabra Sinaí; en primer lugar: arbusto de espinas, en segundo lugar: barro. Así, Moisés habría recibido la Torá de un barro.
Torá procede de iaroh, en hebreo, que significa «regar». También significa «enseñanza».
De todo ello tenemos que concluir que, en el judaísmo, los únicos poseedores de la Ley son los cabalistas. Sin embargo, el texto de la Mishna sobre el que nos apoyamos es muy anterior a la época en que los historiadores piensan que empezó la Cábala. Ello nos prueba, de forma indiscutible, que su autor consideraba que existía una ciencia reservada, a la que el pueblo no tenía acceso y que era la Ley. El pueblo no tenía más que las imágenes exteriores.
¿Cuál es la operación de los Cabalistas?
Esta pregunta y su respuesta se aplican a todas las Cábalas.
La lengua hebraica es muy distinta de nuestras lenguas. Está constituida exclusivamente por consonantes y no posee vocales. Es exactamente la «letra muerta», un cadáver, una piedra dura y seca, una cosa inmóvil de la que no se puede sacar ningún sonido.
Así como en el caso de una flauta es imposible obtener ningún ruido sino es soplando en ella, los textos hebraicos tienen un sentido, a condición de estar vocalizados. Fue con esta idea que J.C. dijo: «La letra está muerta. El espíritu vivifica» y «¿A qué se parece esta generación? Hemos tocado la flauta y no habéis bailado» (MateoXI, 16 y 17).
Según se vocaliza, se obtienen palabras distintas aunque la letra no cambie. Entonces, ¿cómo saber el método o la forma de leerlo? Esto es precisamente la Cábala el don de la Torá, que consiste en revivificar un texto muerto.
Se trata del mismo caso para cualquier escritura inspirada. Intuímos que tiene un contenido pero no lo entendemos, ya que la letra está muerta y hay que revivificarla.
En cuanto a la tradición hebraica, poseemos un texto vocalizado que es la Masorah. Es una vocalización de la Biblia, pero no es más que una de las posibles lecturas. En efecto, los cabalistas podrían dar varios sentidos distintos de un mismo texto y serían todos correctos porque respetan la letra.
¿De qué forma proceden los Cabalistas?
Hay un manuscrito alquímico según el cual, aquel cuyas manos han tocado esta valiosa materia comprende inmediatamente el sentido de todas las Escrituras. Es a un «sentido», al que hace alusión uno de los Versos de Oro (3): «Establece como conductor el sentido excelente que viene de Arriba».
Y este sentido es un don, el don de la Torá.
Vemos pues, cuán incompleto resulta leer una traducción de los textos religiosos realizada por gramáticos de la lengua, incluso si esta traducción es perfecta desde el punto de vista gramatical. Ahora comprendemos mejor por qué los judíos se niegan a enseñar la Biblia a aquellos que no saben hebreo. Lo mismo ocurre con los musulmanes y el Corán.
Para resumir, diremos que la Cábala es el don del sentido de las Escrituras y por ello se comunica y no puede enseñarse.
¿Cuál es el objeto de la Cábala?
Es la reunificación del Nombre de Dios. Según la tradición hebraica, en el momento de la transgresión, es decir, de la caída de Adán y Eva, el Nombre de Dios quedó dividido en dos. El problema consiste en reunificarlo.
Todas las palabras de la Biblia, los «carros del Santo, bendito sea», no son, según la Cábala, más que Nombres de Dios.
El conocimiento de estos Nombres de Dios reintegra al cabalista al Paraíso perdido.
Observemos que en hebreo la palabra Paraíso (P.R.D.S.) está compuesta por las primeras letras de las cuatro palabras que se refieren a los cuatro sentidos de la Escritura :
1) Pshat : el sentido sencillo
2) Remez : la alusión (signo)
3) Derash : la explicación
4) Sod : el secreto
y los cuatro juntos constituyen el Paraíso.
No se trata de cuatro sentidos distintos, puesto que están todos vinculados al «secreto». Son como los peldaños que conducen a él. Incluso el primer sentido, el sentido sencillo, ya transmite el secreto. Hallar el Paraíso es leer la Escritura como debe ser leída. Aquel que lo consigue vuelve al Paraíso. Entrar en él equivale a poseer los Nombres de Dios, es haber revivificado el texto sagrado y haberlo penetrado. He aquí el Paraíso. No hay otro.
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1. KABOL : acusar, quejarse, llorar - en su forma intensiva KIBBEL significa : recibir.
2. Pirqé Aboth,1a.
3. Los Versos de Oro, cuyo autor es Lysis, discípulo de Pitágoras.