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LA DISCIPLINA DEL SILENCIO

Aldo Lavagnini, en su Manual del Aprendiz, nos dice:


“La disciplina del silencio es una de las enseñanzas fundamentales de la Masonería.Quien habla mucho, piensa poco, ligera y superficialmente. Generalmente, su visión de las cosas será estrecha e inflexible; y por consiguiente, no tendrá elementos para valorar nuevas ideas u horizontes. Por eso, la Masonería busca que sus adeptos se hagan mejores pensadores que oradores”.


Al pedir silencio, el Venerable Maestro cuando abre los trabajos de la Logia nos está aislando de preocupaciones externas y establece en nuestra mente, las condiciones del silencio interior, tan necesarias para absorber las enseñanzas de la Augusta Orden. A su vez nos permitirá desarrollar con mayor claridad las ideas y los conceptos que exponemos en las tenidas.


Saber callar no es menos importante que saber hablar. El arte de la palabra hablada no se podrá apreciar, si antes no hemos aprendido el valor del silencio. Nuestras expresiones verbales deberán ser siempre pasadas por la escuadra de la reflexión, a fin de que sean provechosas para quien las escucha.




Los más grandes logros del pensamiento humano han sido fruto de su investigación en el silencio interior, que todo hombre debe saber desarrollar.


La única manera de saber expresar palabras sabias es antes haberlas meditado a través del silencio. Los más grandes logros del pensamiento humano han sido fruto de su investigación en el silencio interior, que todo hombre debe saber desarrollar. Ejemplificaré sólo con dos casos: Cervantes, recluido en un calabozo, escribió las páginas de su inmortal Don Quijote, que por cierto, el mismo dijo que ésa no era su mejor obra. Beethoven, aislado en su mundo interior, en el silencio forzado que su sordera le impuso, concibió las más maravillosas notas musicales que en su momento creó para la humanidad, y, a pesar de eso, pudo hacer correcciones a sus músicos cuando se equivocaban a la hora de leer su partitura.


Desde las primeras civilizaciones, sobre todo en donde hay indicios de organizaciones iniciáticas, el silencio representó un importante elemento cultural, impuesto drásticamente para salvaguardar los secretos de esas órdenes. Asimismo, su representación clásica desde aquellos tiempos es con los dedos de la mano derecha sobre los labios.


En Egipto, el dios Harpócrates fue representado en esta posición. Entre los magos y los sacerdotes egipcios, los iniciados asumían un estado de silencio total mental y físico, para que los iniciados comprendieran la importancia de los sublimes secretos que iban a estudiar, siendo esta postura la que rigió en todas las sociedades iniciáticas posteriormente.


En el año 500, a. C., Buda también valorizaba el silencio como condición obligatoria para la contemplación. Los esenios tenían como principal símbolo un triángulo, en donde su principio esotérico y exotérico fue enseñar que por la boca todo lo que va, viene de regreso; y que cada una de las puntas contenía los principios de perfección trinitaria.Dentro de los misterios griegos, encontramos el de Orfeo, que con magia de sus cánticos y el de su música ejecutada en su lira, silenciaba a la naturaleza y todo se magnetizaba.


Además, Eurípides, en el verso 470, de su obra Las Bacantes, dice que la luz de los misterios contiene el dulce sonido del silencio, entendiendo la palabra misterio derivada de la griega myein, que significa boca cerrada. Pitágoras creó su escuela iniciática y sus discípulos se distinguían en tres grados. El primero era el acústico, así llamado para aprender a silenciar la mente.


Para los masones operativos, el secreto del silencio sobre su arte era un principio de sobrevivencia y a veces constituía en sí mismo un salvoconducto para los viajeros. Asimismo, la Gran Logia de Inglaterra adoptó una leyenda trinitaria que dice en latín: AUDI, VIDE, TACE.O sea: “Oír, ver y callar”.


En el aspecto constitucional de la Orden, en los primeros catecismos masónicos del siglo XVIII decían que los tres puntos particulares que distinguen a un masón eran fraternidad, fidelidad a ser callado (que representa al amor incondicional) y ayuda verdadera entre masones. En los Antiguos usos y costumbres, el valor que predominaba era el silencio, para compostura de los hermanos en los trabajos litúrgicos. En la Constitución de Anderson se pregona la prudencia del silencio, sobre todo en presencia de profanos. En los landmarks de Mackey, el del número veintitrés se refiere al del sigilo que un masón debe conservar, sobre todo en los conocimientos que le son transmitidos en los trabajos de logia, siendo así que las cartas constitutivas de todas las obediencias contienen referencias en este sentido.


En el aspecto simbólico de la Ley Iniciática del silencio, ésta se enfoca en el ejercicio del pensamiento ágil y ordenado. Callar no consiste en no decir nada, sino constatar la realidad con las acciones a tomar y hacer conciencia del progreso en que las cosas se van a convertir. Es ir más allá de lo tangible, estar un paso adelante y en la dirección de la verdad, cualquiera que ésta sea. El masón busca así lograr la iluminación y ligar su ser con el universo, así como también pretende diferenciar la justicia y las buenas costumbres, de acciones de inercia y oscurantismo que perjudiquen a la humanidad y a sí mismo.


Según esta ley, de orden obligatorio para todos los masones, un hombre capaz de guardar silencio será disciplinado en todos los aspectos de su ser, para lograr entregarse libremente a la meditación y el autoconocimiento. Esta virtud enseña a ser tolerante y prudente con las limitaciones propias y ajenas al individuo. Nada hay más peligroso que la verdad mal comprendida.


Fraternalmente, el Venerable Maestro avisa al Aprendiz en el inicio de los trabajos que deberá guardar silencio en su mente, hasta que llegue al Sublime grado de Maestro: con ello, solamente se da continuidad a uno de los hábitos más antiguos de las sociedades iniciáticas.


Vuelto en sí mismo, callado, en reflexión y escuchando, el Aprendiz dista de estar en situación de pasividad, y muy por lo contrario, sus sentidos están atentos a todo lo que pasa a su alrededor en Logia. Ver, oír, sentir, recibir, reflexionar y callar, procurando reunir todas esas informaciones en su mente.Esas informaciones son diferentes a todo lo que antes conocía, obteniendo las conclusiones que le permiten posiciones de mayor elevación de conocimiento. Ésta debe ser la mayor atención del Iniciado.


La Ley Iniciática del Silencio comienza cuando el individuo profano entra en la Cámara de las Reflexiones, donde permanece solo, rodeado de símbolos, frases y palabras que le estimulan a penetrar en su interior. Es en el silencio de la meditación, donde encontrará a su yo y podrá escudriñar en su alma.


El Aprendiz logrará transformar sus deseos incontrolables, apartándose poco a poco de sus pasiones y logrando adquirir la virtud y el dominio de sí mismo, la tolerancia y la prudencia. Es en el silencio de la introspección que el candidato observa las palabras Vigilancia y Perseverancia. Estas palabras se convierten a su tiempo, en actitudes constantes durante la etapa de observación.


Callar no es solo nada decir, sino también dejar de hacer reflexiones internas cuando se escucha a alguien hablar. Esta actitud es una forma saludable de disciplina, pues así no se corre el riesgo de cometer el error de negar, aun antes de dar oportunidad a que lleguen a nuestra mente las ideas de otros.


Pero hay silencios diferentes. El que es impuesto por la fuerza y que nace del temor, el que valiéndose de la represión amordaza nuestras palabras y no deja expresar libremente nuestros pensamientos, arrebata al hombre una de sus más preciadas conquistas: expresar libremente sus ideas.


La Masonería nos enseña a darle justo valor al silencio.En nuestros deberes, figura como una de sus principales recomendaciones. El silencio bien entendido, se eleva al rango de virtud, gracias a la cual se corrigen muchos defectos, por lo mismo que se aprende a ser prudente e indulgente con las fallas observadas.

Por eso, nuestra Augusta Orden simboliza que con la llana debemos extender en silencio una capa sobre los defectos de nuestros semejantes y dirigir con la vara de la rectitud las imperfecciones de su construcción.


Se debe hablar únicamente cuando por medio de la palabra inteligente se hace labor constructiva, contribuyendo a corregir errores o a esclarecer conceptos; sólo entonces la palabra cumple su cabal y perfecta misión, llevando consuelo y luz a las almas.

Pero en ocasiones el silencio puede contribuir a encubrir, solapar malas acciones o pensamientos torcidos. En ese caso, deberá ser desterrado valiente e inteligentemente, para encender la luz de la verdad con nuestras palabras.


Referencias:

Prado, Luis Manuel (2003).El silencio para el liderazgo.

A Trolha[revista],octubre de 1999, No. 156.

García Robles, Adolfo(1996). Guía del Aprendiz Masón.

Diccionario Enciclopédico Bruguera, Tomo 1, 1980.

Diccionario Enciclopédico de la Masonería, Editores Unidos Mexicanos, Tomo 3, 1977.

 

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