Los seres humanos libramos una cruenta y permanente lucha por lograr la estabilidad material, emocional, mental y espiritual desde el momento mismo en que se adquiere uso de razón.
¿Por qué no se logra si no por instantes pasajeros? ¿Por qué las emociones pareciese que tuvieran en ocasiones sólo la función de atormentar al corazón?
Ocurre que los seres humanos somos plantillas culturales, o sea, que nos movemos en espacios de una libertad muy reducida por la programación neuro lingüística que tenemos.
Hemos recibido una formación cultural que es tan rígida tanto o más que el acero y que no es posible transformar en otra cosa. Sólo el paso de los años la va modificando de acuerdo a las circunstancias que la vida plantea y que permite de vez en cuando hacer profundos cracks de pensamiento y de comportamiento.
Para las culturas Iniciáticas de todos los tiempos los arquetipos, tanto sociales como culturales, son una forma en que la naturaleza se manifiesta en el escenario de lo humano. La evolución de la humanidad produce cambios y nuevos paradigmas que permiten una serie de transformaciones colectivas que confrontan a la individualidad.
Nos referimos a los arquetipos como un modelo que se replica a sí mismo de forma indefinida. Éstos son creados por la sociedad misma y obedecen a lo que en el momento el individuo vive como parte de su evolución en el ciclo vital presente.
Pero hay otras formas de arquetipos que vienen de formas de pensamiento muy diferente y más profundo que el que la sociedad propone (un pequeño paréntesis nos indica que así nos claro o no, la evolución social va a donde tiene que ir según premisas arquetípicas no comprendidas por el grueso de la humanidad).
Me refiero a aquello que las escuelas Iniciáticas han enseñado desde hace milenios y que ubica al ser humano ante sus más arquetipos más elementales y que se le manifiestan antes de que la sociedad los deforme o confunda.
Esta identificación es la que la Masonería trabaja por medio de sus símbolos, que son arquetípicos, los cuales hablan de forma individual, con preceptos universales, a cada individuo que se propone a comprenderlos.
Lo sorprendente para un masón es darse cuenta de que su identidad es un amasijo de condicionamientos sociales y culturales de los cuales debe extraer tan sólo su esencia.
O sea, su trabajo es descubrir qué hay de real y de irreal en su propio pensamiento y en su emocionalidad. Más aun, descubrir que su mente operativa está llena de escondrijos y laberintos absurdos que nos sirven de nada ante la labor que emprende como ser que desea trascender su humana identidad.
Por supuesto, este es un trabajo que no está hecho para ateos porque esto no les llevará a ningún lado. Aquí hablamos para los masones y personas deístas que sienten en su interior un gran imán espiritual que los impele a trascender este plano de espacio – tiempo.
Debe el masón iniciar una marcha hacia su interioridad en la que debe identificar, si es posible, otra forma de hacer fluir su pensamiento, otra forma de ser y de estar en un mundo nuevo.
En esto quiero decir que ese mundo nuevo es la fractura de esa mente operativa tradicional, antigua y llena de condicionamientos de todo tipo.
En Logia, el Maestro indica que apenas se empiezan los trabajos se debe hacer silencio, pero es un silencio profundo e individual en todos los niveles del Hermano masón. Su mente Profana debe ser apartada para dar paso a una mente trascendente mucho más profunda que la cotidiana. Esta mente es la que potencia realmente al masón y lo hace ir hacia su propia consciencia.
Cuando este proceso se hace habitual, no sólo en el recinto logial, el Hermano empieza a identificar con toda naturalidad las formas arquetípicas sociales de las que está conformado. No sólo las podrá comprender de forma intelectual, sino que podrá experimentar los impulsos que emanan de las formas mentales o estructuras inferiores que antes lo eran todo en su ser y que ahora son sólo cascarones sin vida.
La conexión es tan profunda que se puede evidenciar desde el corazón con un sentimiento de inspiración, como si una llama pequeña que va creciendo se posesionara allí y empezara a irradiar luz y otra forma de sentimientos diferentes a la emocionalidad cotidiana.
En esa llama es que se puede iniciar la quema y destrucción del viejo Yo. Eso no se hace con esfuerzo sino con toda naturalidad porque el Yo es un enemigo que sabe demasiado de nosotros mismos y no está dispuesto a ceder espacios porque ha sido dueño por años de todo.
Pequeños espacios de meditación en el curso del día deben ser propiciados con música, con lecturas inspiracionales, etc. Es necesario dar curso a que esa profundidad recién encontrada ocupe espacios cada vez mayores en la interioridad.
Poco a poco el masón se convierte en una columna de fuego vivificante para todo lo que toca. Arde el masón en nueva pasión y empieza a contener una enorme fuerza surgida de una nueva comprensión de la vida.
Entra en contacto con la más poderosa llama universal que es la sustancia primigenia que todo lo fecunda: el amor universal. En cada átomo de la existencia es la fuerza que todo lo mueve.
Cuando un ser humano entra en contacto con esto último, se convierte en potencia creadora, en vehículo del amor y la fuerza universal. Puede mover mundos desde niveles muy profundos de la existencia.
Todo ello ocurre desde los mundos sutiles arquetípicos porque el masón se convierte en operador de esos mundos, se convierte en ser arquetípico él mismo.
Y ocurre porque deja de resistir al influjo arquetípico universal creador del Sublime Arquitecto de los Mundos.