POR JOSÉ MORALES MANCHEGO
M:.M:. de la R:. y B:. L:. Barranquilla 1-8-1 - Gran Logia del Norte de Colombia
El Mundo Antiguo produjo un filósofo llamado Diógenes de Sínope (413-327 A. C.), crítico ingenioso y mordaz de las costumbres y las creencias de su tiempo, pero más conocido por sus excentricidades. Según la historia Diógenes caminaba por las calles de Atenas a plena Luz del día llevando una lámpara encendida y afirmando que buscaba un hombre. Sus amigos no entendían su extravagancia, puesto que la plaza pública de Atenas estaba repleta de hombres y él buscando un hombre. Entonces Diógenes les explicó: “Hay muchos hombres, pero muy pocos viven como hombres”. En otras palabras: Diógenes buscaba un hombre probo, íntegro, recto, incorruptible. Un hombre que no sólo hablara de virtud, sino que la practicara.
Por su parte la Masonería, independientemente de la cantidad de variantes que se han presentado en el decurso de su historia, también se ocupa de buscar hombres en el sentido lato de la palabra. En la Gran Logia del Norte de Colombia, con sede en Barranquilla, por ejemplo, la Masonería adogmática y progresista le da, a cada iniciado, la luz de su antorcha para que en su propio ser trate de encontrar al verdadero hombre, tallando lo que metafóricamente se llama la Piedra Bruta, acto que se ejecuta conociéndose y perfeccionándose a sí mismo, para mostrarle a la humanidad el camino de su regeneración. Este proceso se lleva a cabo mediante el trabajo constante y la perseverancia en el estudio, valores que deben proyectar al masón hacia la buena acción social. De ahí que en el primer grado se le diga al aprendiz: “El hombre tiene para consigo mismo el deber de estudiar, de instruirse, de procurar su desarrollo físico, moral e intelectual”. Luego, en el segundo grado, se reafirma esa idea con las siguientes palabras: “…la Masonería tiene por único fin hacer al hombre instruido, bueno y valeroso…”. En el tercer grado la sentencia es lapidaria: “…entre nosotros nada valen y para nada sirven quienes no estudian, piensan, meditan y analizan”.
En el Grado IV se exalta el privilegio de la razón, como la facultad que le sirve al hombre para alejarse y defenderse de los prejuicios ancestrales, de la superstición y del fanatismo, y se definen los derechos y el cumplimiento del deber, considerando esto último como Ley Masónica inflexible, tan exigente como una necesidad, y tan imperativo como el destino. En este mismo grado se recuerda: “… que la vida es corta y que tenemos misiones que cumplir”.
En el Grado IX la Masonería asevera: “… así como el Sol con su luz material libra al Universo de las tinieblas en que le envuelve la oscuridad de la noche, nosotros con el fanal de la Ciencia y la Virtud le libramos de la ambición, que con su falaz hipocresía extiende sobre él el negro manto de la ignorancia”.
En el Grado XVIII se aclara: “Nosotros tenemos “Fe” en la ciencia que ha de traer la perfectibilidad: el bienestar humano. Más adelante se agrega: “…nuestra Caridad no tiene límites, y su beneficio es eterno. Es la educación que perfecciona al hombre, haciéndole la verdadera imagen del Creador”… “Tal es nuestra “Caridad”: enseñar al ignorante para que la justicia y el amor recíproco reinen en el universo”.
Y como si esto fuera poco, en el Grado XXX se rinde homenaje “a la gloria inmortal de los que fueron hombres”. En ese mismo grado se llama hombre “… al que, libre de las preocupaciones de la infancia, sigue los dictados de la Razón, no es esclavo ni opresor, está resuelto a marchar con paso firme por el sendero de la verdad, y ningún poder ni consideración humana le harán cometer una bajeza.” Más adelante se dice sin tapujos: “El hombre instruido es libre, por más que duela a los astutos y ambiciosos”.
Para no ser tan prolijo en el análisis de otros textos, también fundamentales de la Orden, bástame con afirmar que la concepción del hombre que propone la Masonería se basa en que el iniciado tiene que construirse a sí mismo con base en el trabajo y el estudio, buscando la perfección individual, la cual jamás podrá alcanzarse, “…pues, como bien sabéis, en lo humano no cabe la perfección”. Para la Masonería el hombre debe todo lo que tiene y todo lo que es a su trabajo, tanto físico como intelectual. Por eso para esta Augusta Institución, el que estudia, el que descubre, el que inventa, el que produce y el que crea son hombres y mujeres dignos de admiración. Para la Orden, el pensador y el investigador van de la mano del creador.
Ahora bien, en los actuales momentos en el mundo no masónico hay un afán por el saber. Los centros de educación se multiplican. La gente se está dando cuenta que el conocimiento abre nuevas perspectivas, tanto laborales como intelectuales y sociales. Pero es importante anotar que los títulos no bastan para lograr el desarrollo humano. Todos sabemos que la indelicadeza con el tesoro público y la corrupción administrativa no son obras de simples analfabetos. Es más, el “doctor” sin los valores éticos y morales es una amenaza para la sociedad, para la estabilidad de las instituciones republicanas y para la permanencia del género humano sobre la faz de la Tierra. De ahí que las entidades educativas deben empeñarse en formar hombres que no sólo dominen la ciencia, sino que sean modelos de virtudes. En ese sentido, la Masonería propone una educación laica, que garantice una verdadera libertad de conciencia, para que la humanidad marche hacia una moral sin dogmas y pueda superar “la minoría de edad”, según la expresión kantiana, iluminada por la intelligenttia surgida del portentoso avance de las ciencias.
Llegados a este punto, no es indispensable ser tan perspicaz para saber que Colombia y el mundo, en la encrucijada en que se encuentran, necesitan hombres y mujeres fecundos en la virtud, con capacidad para dirigir, para gobernar, para dialogar, y que a la vez sean honrados, amantes de la justicia, de la paz y de la libertad. El verdadero hombre necesita estudiar y tener una formación humanística. Pero no basta con que tenga un cúmulo de conocimientos. También es importante que se meta en el corazón que todos los hombres debemos vivir como una gran familia, bajo el mismo cielo que nos cubre y el mismo sol que nos alumbra.
El verdadero hombre sabe que todos somos producto de la historia y que a cada momento estamos forjando una página de la gesta cotidiana. Por eso el masón se empeña en afrontar la aventura de la vida con razón, coherencia y dignidad.
El verdadero hombre sabe que el conocimiento debe ser sólo para el beneficio de la humanidad. Por tal razón asume el compromiso de impedir que la ciencia sea utilizada por los inescrupulosos o por la mano criminal. De ahí que un verdadero masón debe ser un ser de alma grande, que en su trasegar por la vida sienta veneración por los hallazgos de la ciencia y por las elaboraciones del arte y el humanismo. Siempre tendrá presente que la historia lo juzgará por lo que haga. Por eso debe trabajar para darle buenos frutos a la sociedad; debe respetar a su familia y a su patria, y jamás olvidará que es mejor morir antes que deshonrarlas
LA MASONERÍA Y SU CONCEPCIÓN DEL HOMBRE[1]
domingo, octubre 15, 2006