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FAMOSA CARTA DE SAN MARTIN A BOLIVAR - EL TESTAMENTO POLÍTICO DE UN LIBERTADOR

Un historiador colombiano, ministro y confidente del Libertador, ha dicho: “Afirmóse en su tiempo, que ni el Protector había quedado contento de Bolívar, ni éste de aquél”. San Martín por su parte se encargó de afirmar esto mismo, dando por motivo, que “los resultados de la entrevista no habían correspondido a lo que se prometía para la pronta terminación de la guerra”. Si desde entonces meditó separarse de la escena, para no ser un obstáculo a la terminación de la guerra, o si la situación que a su regreso encontró en Lima lo determinó a ello, es un punto accesorio que no puede con precisión determinarse; pero de todos modos esta fue una de las principales causas que obró en él para su resolución definitiva, además de otras que fatalmente la imponían.

La primera palabra de San Martín de regreso al Perú, fue para abrir sus puertas a las armas auxiliares de Colombia, proclamando la alianza sudamericana, y de alto encomio para su feliz rival: 
“Tuve la satisfacción de abrazar al héroe del sud de América. Fue uno de los días más felices de mi vida. El Libertador de Colombia auxilia al Perú con tres de sus bravos batallones. Tributemos todos un reconocimiento eterno al inmortal Bolívar”.
San Martín sabía bien que este auxilio era insuficiente, que su concurrencia no sería eficaz desde que no era dado con el propósito serio de poner de un golpe término a la guerra, y que su persona era el único obstáculo para que Bolívar se decidiese a acudir con todo su ejército al Perú. 

Fue entonces cuando, hecha la resolución de eliminarse, dirigió al Libertador la famosa carta, que puede considerarse como su testamento político, y que la historia debe registrar íntegra en sus páginas. 
“Le escribiré, no sólo con la franqueza de mi carácter, sino también con la que exigen los altos intereses de la América. Los resultados de nuestra entrevista no han sido los que me prometía para la pronta terminación de la guerra. 

Desgraciadamente, yo estoy íntimamente convencido, o que no ha creído sincero mi ofrecimiento de servir bajo sus órdenes con las fuerzas de mi mando, o que mi persona le es embarazosa. 

Las razones que me expuso, de que su delicadeza no le permitiría jamás el mandarme, y que, aún en el caso de decidirse, estaba seguro que el Congreso de Colombia no autorizaría su separación del territorio de la república, no me han parecido bien plausibles. La primera se refuta por sí misma. 

En cuanto a la segunda, estoy persuadido, que si manifestase su deseo, sería acogido con unánime aprobación, desde que se trata de finalizar en esta campaña, con su cooperación y la de su ejército, la lucha que hemos emprendido y en que estamos empeñados, y que el honor de ponerle término refluiría sobre usted y sobre la república que preside.

No se haga ilusión, general. Las noticias que tienen de las fuerzas realistas son equivocadas. Ellas montan en el Alto y Bajo Perú a más de 19.000 veteranos, que pueden reunirse en el espacio de dos meses. El ejército patriota diezmado por las enfermedades, no puede poner en línea sino 8.500 hombres, en gran parte reclutas. 

La división del general Santa Cruz (que concurrió a Pichincha), cuyas bajas no han sido reemplazadas a pesar de sus reclamaciones, ha debido experimentar una pérdida considerable en su dilatada y penosa marcha por tierra, y no podrá ser de utilidad en esta campaña. Los 1.400 colombianos que envía, serán necesarios para mantener la guarnición del Callao y el orden en Lima. 

Por consiguiente, sin el apoyo del ejército de su mando, la operación que se prepara por puertos intermedios, no podrá alcanzar las ventajas que debieran esperarse, si fuerzas imponentes no llamasen la atención del enemigo por otra parte, y así, la lucha se prolongará por un tiempo indefinido Digo indefinido, porque estoy íntimamente convencido, que sean cuales sean las vicisitudes de la presente, la independencia de la América es irrevocable; pero la prolongación de la guerra causará la pena de sus pueblos, y es un deber sagrado para hombres a quienes están confiados sus destinos, evitarles tamaños males. 

En fin, general, mi partido está irrevocablemente tomado. He convocado el primer congreso del Perú, y al día siguiente de su instalación me embarcaré para Chile, convencido de que mi presencia es el solo obstáculo que le impide venir al Perú con el ejército de su mando. 

Para mí hubiera sido colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia bajo las órdenes de un general a quien la América debe su libertad. ¡El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse! “No dudo que después de mi salida del Perú, el gobierno que se establezca reclamará su activa cooperación, y pienso que no podrá negarse a tan justa demanda.

Le he hablado con franqueza, general; pero los sentimientos que exprime esta carta quedarán sepultados en el más profundo silencio; si llegasen a traslucirse, los enemigos de nuestra libertad podrían prevalerse para perjudicarla, y los intrigantes y ambiciosos, para soplar la discordia”. 

Con el portador de la carta, le remitía una escopeta y un par de pistolas, juntamente con el caballo de paso que le había ofrecido para sus futuras campañas, acompañando el presente con estas palabras: “Admita, general, este recuerdo del primero de sus admiradores, con la expresión de mi sincero deseo de que tenga usted la gloria de terminar la guerra de la independencia de la América del Sud”.
TESTAMENTO POLÍTICO

Esta carta, escrita con aquel estilo del General de los Andes, que era todo nervios, en que cada palabra parecía una pulsación de su poderosa voluntad, es el toque de retirada del hombre de acción -el documento más sincero que haya brotado de su pluma y de su alma- es el protocolo motivado de la conferencia de Guayaquil, que explica una de las principales causas de su alejamiento de la vida pública, y puede considerarse como su testamento político. Es un triunfador vencido y consciente, que al tiempo de completar su obra, se resigna a entregar a un rival más afortunado, glorificándolo, el honor de coronarla: “Para mí hubiera sido el colmo de la felicidad terminar la guerra de la independencia (aún bajo las órdenes de Bolívar). ¡El destino lo dispone de otro modo, y es preciso conformarse!” La historia no registra en sus páginas un acto de abnegación impuesto por el destino, ejecutado con más buen sentido, más conciencia y mayor modestia.

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