Extracto del libro: Filosofía Mínima
José Ramón Ayllón: http://www.jrayllon.es/
La ética, por definición, busca el bien. Y el bien se logra cuando se conoce y se respeta la verdad. ¿Qué hace bueno el diagnóstico de un médico? ¿Qué hace buenas la decisión de un árbitro y la sentencia de un juez? Sólo esto: la verdad.
Por consiguiente, obrar bien es obrar conforme a la verdad, conforme a lo que son las cosas. Pero ese conocimiento no tiene nada de fácil. De hecho, aunque todos aspiramos a vivir bien, la palabra "bien" no significa lo mismo para todos. Por eso debemos volver a preguntarnos qué es lo que hace que las cosas, las acciones y la vida sean buenas. Las respuestas son múltiples. Desde los tiempos de la Grecia clásica se ha dicho que el bien es el placer, y el placer la ausencia de dolor físico y de perturbación anímica. Pero también los griegos reconocieron que las cosas no son tan sencillas: muchas acciones y conductas profundamente buenas no están libres de dolores ni de sorpresas y desasosiegos.
Piénsese, por ejemplo, en el esfuerzo de superar con buenas calificaciones un curso escolar, en la paciente tarea de educar a los hijos, en el trabajador que se gana la vida en el barco o la mina, y en tantos otros trabajos. ¿Acaso las llamas son un placer para el bombero? ¿Es malo su trabajo por no ser placentero?
El bien se puede definir como lo que conviene a una cosa, lo que la perfecciona, con independencia del placer o dolor que pueda ocasionar. Como es lógico, no todo lo que perfecciona a uno perfecciona a otros (el ejercicio físico sienta bien a las personas sanas, no a las enfermas), pero esto no significa que el bien sea subjetivo: la conveniencia del deporte o del reposo, en cada caso, no depende de lo que piensen o deseen esas personas. De igual manera, la necesidad del aire que respiramos o del agua que bebemos no es un capricho, es una verdad independiente de nuestra opinión subjetiva. Asimismo, valoramos objetivos como la paz o la justicia han de ser valiosos para todos, aunque un loco pueda negarlos.
Aceptamos en teoría la universalidad de ciertos bienes. Al mismo tiempo, contra esa aceptación unánime se alza con frecuencia el relativismo: culturas que tienen o han tenido por buenos los sacrificios humanos, la esclavitud, la poligamia, etc. El relativismo -tratado también en el capítulo 9- representa la persiste objeción a la pretensión de buscar racionalmente el contenido objetivo, no subjetivo, de la palabra "bueno".
Entendido como concepción subjetivista del bien, el relativismo hace imposible la ética.
Observamos que el mundo es una compleja red de relaciones entre hechos, objetos y personas que se relacionan en el espacio y en el tiempo. En este sentido es correcto afirmar que todo es relativo: relativo a un antes, a un después, a un encima, debajo, al lado, cerca, lejos, dentro, fuera... Relativo, sobre todo, a la inevitable cadena perpetua de causas y efectos que todo lo ata. Pero relativo y relativismo no significan lo mismo. Más bien son conceptos opuestos, porque lo relativo también es objetivo: tú eres objetivamente una chica de diecisiete años, pero también eres objetivamente alumna de tus profesores, hija de tus padres, amiga de tus amigas, nieta de tus abuelos, cliente de un comercio deportivo. Y cada cual te debe tratar como lo que objetiva y relativamente eres: el profesor no puede tratarte como si fueras su hija, tus padres no pueden tratarte como si fueras su alumna o su cliente... El relativismo, por el contrario, tiende a confundir la realidad con el deseo, lo objetivo con "lo que a uno le parece". Tiende a sustituir el parentesco real por un parentesco de conveniencia: "Eso que a ti te parece bacía de barbero me parece a mí yelmo de Mambrino, y a otro le parecerá otra cosa", decía don Quijote.
La conducta ética nace cuando la libertad -respetando siempre la realidad- puede escoger entre formas diferentes de conducta, apelando a lo mejor. El relativismo es peligroso porque pretende la jerarquía subjetiva de todos los motivos, la negación de cualquier supremacía real. Abre así la puerta del "todo vale", por donde siempre podrá entrar lo descabellado e irracional. Con esa lógica de papel, el drogadicto al que se le pregunta "¿por qué te drogas?" siempre puede responder "¿y por qué no?". Entendido como concepción subjetivista del bien, el relativismo hace imposible la ética. Si queremos medir las conductas, necesitamos una unidad de medida igual para todos. Porque si el kilómetro es para ti 1.000 metros, para él, 900, y para otros 1.200, 850 o 920, entonces el kilómetro no es nada. Si la ética ha de ser criterio para distinguir entre el bien y el mal, entonces ha de ser objetiva y una, no subjetiva y múltiple.
La ética puede ser relativa en lo accidental, pero no debe serlo en lo esencial. De la naturaleza de un recién nacido se deriva la obligación que tienen sus padres de alimentarlo y vestirlo. Son libres para escoger entre diferentes alimentos y vestidos, pero la obligación es intocable. Subjetivamente pueden decidir no cumplir su obligación, pero entonces están actuando objetivamente mal.