El corazón se conmueve y emociona ante el recuerdo de la batalla de Tarapacá, fasto luminoso de nuestra historia, victoria de las armas peruanas en una desigual contienda, hito fulgurante del valor y el heroísmo de nuestro Ejército y pedestal de la gloria inmortal del arma de Infantería, que aquel 27 de noviembre de 1879 condujo con inteligencia, pericia y bizarría, nuestro ínclito patrono el Mariscal Andrés Avelino Cáceres, Héroe Epónimo del Perú.Escribe: Luis Guzmán Palomino
El corazón se conmueve y emociona ante el recuerdo de la batalla de Tarapacá, fasto luminoso de nuestra historia, victoria de las armas peruanas en una desigual contienda, hito fulgurante del valor y el heroísmo de nuestro Ejército y pedestal de la gloria inmortal del arma de Infantería, que aquel 27 de noviembre de 1879 condujo con inteligencia, pericia y bizarría, nuestro ínclito patrono el Mariscal Andrés Avelino Cáceres, Héroe Epónimo del Perú.
La Patria rememora llena de júbilo la gloriosa efemérides de la batalla de Tarapacá, honrosísima página de nuestra historia y blasón de orgullo para el Ejército Nacional.
Allí obtuvo nuestra Infantería una espléndida victoria, que fue sellada al impulso del valor y del amor a la Patria, bajo la conducción del Primer Defensor de la Peruanidad, el entonces joven coronel Andrés Avelino Cáceres. Evocamos hoy con los ojos del alma, esa epopeya singular en que un puñado de bravos infantes, sublimados por el sacrificio y exaltados por el infortunio, destrozaron en vigoroso empuje a las poderosas y engreídas huestes chilenas, poniéndolas en vergonzosa fuga.
UNA PLÉYADE DE GUERREROS INMORTALES:
El 27 de noviembre de 1879 –escribe Luis Guzmán Palomino-, las alturas del pintoresco valle de Tarapacá fueron escenario de un prodigio de valor y de heroísmo. Un Ejército desfalleciente y casi desnudo, decepcionado además por el revés sufrido ocho días antes en San Francisco, sorprendido por un enemigo que avanzaba orgulloso de sus triunfos y sin necesidades materiales, se alzó sorpresivamente con la victoria tras una encarnizada y sangrienta lucha, que duró cerca de ocho horas.
Tres mil hombres escasos, mal municionados y peor alimentados, derrotaron en toda la línea a cinco mil chilenos de las tres armas, tomándoles piezas de artillería, estandartes, banderas, armas, municiones y equipos, y causándoles gran número de bajas entre muertos, heridos y dispersos. Pero la victoria fue alcanzada a un alto precio. En el ensangrentado campo de batalla quedaron también muchos peruanos muertos, entre ellos numerosos jefes y oficiales.
Y si alcanzamos el triunfo fue porque allí brillaron comandando a las esforzadas tropas jefes de la talla de Andrés Avelino Cáceres, Francisco Bolognesi, Alfonso Ugarte, Roque Sáenz Peña, Isaac Recavarren, Justo Pastor Dávila, Santiago Zavala y Armando Blondel, vale decir la pléyade de valientes que luego alcanzaría inmortalidad en la gloriosa defensa de Arica y en la Campaña de La Breña.
Mérito especial en la jornada correspondió a la segunda división del Ejército del Sur, comandada por el coronel Andrés Avelino Cáceres, que alcanzó las alturas por donde apareció el enemigo y emprendió uno de esos ataques que todo lo arrollan y que tienen en su impetuosidad y arrojo la mejor garantía del éxito.
LA CARGA DE LOS ZEPITA:
Siendo las 08.30 horas de aquel memorable día, Cáceres hizo desfilar al batallón Zepita sobre el enemigo que ocupaba las alturas, ordenando que el segundo jefe, comandante Juan Zubiaga, tomase el camino de la derecha; mientras el tercer jefe, sargento mayor Benito Pardo de Figueroa, marchaba por el camino de la izquierda; y el cuarto jefe, sargento mayor Julio Arguedas, desfilaba con las restantes compañías por la falda del centro. Soportando el fuego que le dirigía la artillería e infantería chilenas, el Zepita alcanzó a fuerza de coraje la cima del cerro, posesionándose luego de una altipampa y desplegándose en guerrillas, mientras retrocedía el enemigo. Pero en ese heroico avance fue diezmada gran parte de la tropa, cayendo muertos los bizarros jefes que la comandaban, el teniente coronel Zubiaga y el sargento mayor Pardo de Figueroa. Por la izquierda había avanzado también el batallón Dos de Mayo, jefaturado por el bizarro coronel Manuel Suárez, quien cayó muerto cuando arengaba a sus soldados. Ese puesto de comando fue inmediatamente cubierto por el no menos valiente coronel Belisario Suárez, jefe de estado mayor de la segunda división, quien condujo a sus hombres brillantemente logrando tomar dos cañones al enemigo, que se sumaron a los cuatro que había capturado el Zepita. Estaba cumplida así una de las más notables proezas de la Infantería.
Y fue entonces cuando brilló el valor y cuando se revelaron en todo su mérito la perseverancia y los talentos militares del comandante general de la segunda división, coronel Andrés Avelino Cáceres, que tuvo el acierto de saber utilizar la victoria sin dejarse arrastrar ciegamente por ella.
Preocupado sólo del triunfo de nuestras armas, el coronel Cáceres moderó el ardor de sus soldados, mantuvo de principio a fin el entusiasmo, y condujo a sus tropas en el cumplimiento de un plan admirablemente combinado, logrando reducir a la impotencia a los enemigos.
Para comprender lo que fue el ardimiento de nuestros infantes, bastará decir que los cañones capturados fueron tomados con cargas a la bayoneta. Y es que los bravos soldados del Zepita no quisieron ser menos que su valeroso jefe, el coronel Cáceres, quien para entonces, muerto ya su caballo, montaba sobre una mula apareciendo siempre en primera línea de combate.
HEROICOS VENCEDORES:
Al lado de Cáceres se batió el León de Pisagua, teniente coronel Isaac Recavarren, multiplicándose en todas partes y llevando personalmente los cuerpos del Zepita a los puestos preferentes de la lucha. Recavarren fue herido en la mano, resistiéndose a dejar el campo, hasta que a las 11.00 horas la hemorragia incontenible lo obligó a ceder el puesto, pero sólo por breve tiempo, ya que vendada la herida retornó a la batalla, portándose como modelo de soldado y de patriota. Ese triunfo inicial hizo factibles los posteriores. Reforzada la segunda división con la tercera y la quinta, a mitad de la tarde el triunfo peruano era completo, logrando el Zepita tomar otros dos cañones que empezaron a lanzar su fuego mortífero sobre los chilenos.
En su parte de batalla, Cáceres elogió la entrega y sacrificio de los jefes, oficiales, clases y soldados que inmolaron la vida en defensa de la patria, destacando asimismo la conducta de sus ayudantes Luis Chacón, Joaquín Castellanos, José Torres Paz y Eduardo Lecca.
Y tuvo un especial y emotivo recuerdo para su joven hermano Juan, teniente del Zepita de escasos diecinueve años de edad, quien sucumbió gloriosamente con el vientre destrozado por la metralla enemiga. En Tarapacá tuvo también brillante actuación nuestra “artillería sin cañones”, que combatió como una columna de infantería al mando del coronel Emilio Castañón. Le tocó luchar en el morro y la quebrada, apoyando a la tercera división del coronel Bolognesi, durante dos horas de fuego sostenido. Cuarenta y cuatro efectivos de tropa, entre clases y soldados, figuraron entre las bajas de estos improvisados pero valientes infantes. Todos lucharon a pie en Tarapacá, pues la denominada caballería careció de caballos. Entre sus jefes merece destacarse la actuación del coronel Juan González, primer comandante del regimiento Guías, quien pese a encontrarse gravemente enfermo se presentó en Tarapacá la víspera del combate y haciendo honor a su justa reputación tomó parte en él hasta caer mortalmente herido, cuando avanzaba sobre las filas enemigas.
Brilló también el nobilísimo patriota argentino comandante Roque Sáenz Peña, jefaturando las fracciones del batallón Iquique en los momentos en que éste perdió a sus jefes. Y alcanzaron los laureles del triunfo incluso periodistas, como el doctor Manuel María Seguín, que se batió en primera línea.
EL PRELUDIO DE LA BREÑA:
La infantería peruana triunfó en Tarapacá dando testimonio imperecedero de una bravura superior a todo elogio. Pero tanto valor y tanto patriotismo no serían suficientes para impedir la derrota en la Campaña del Sur, debido a múltiples circunstancias adversas que se dieron a un mismo tiempo.
Recuérdese que mientras en las alturas de Tarapacá los valientes de Cáceres salvaban el honor de nuestras armas, en Moquegua, no muy lejos, se desataba la rebelión pierolista, que fue trágico precedente del golpe de diciembre que derrumbó definitivamente el ideal de consolidar el frente interno.
Tarapacá fue un memorable triunfo, pero los vencedores, carentes de todo apoyo, debieron abandonar con lágrimas esa tierra peruana, regada por la sangre de sus camaradas caídos en la lucha, para seguir sufriendo privaciones y penurias en la dura retirada a Arica, donde el Ejército padeció lo indecible.
No se equivocaría el periodista Benito Neto, concurrente a esa gloriosa jornada, al terminar su crónica con estas proféticas palabras: “Quizá tengamos que acantonarnos en las frías y escarpadas breñas de los Andes”.
En efecto, allí, en las breñas andinas, nuestro Ejército, integrado en su gran mayoría por infantes, siempre al mando de Andrés Avelino Cáceres, resistiría heroicamente entre 1881 y 1884, manteniendo al tope el pendón bicolor e incólume el honor de las armas nacionales.
LA GLORIA INMORTAL DEL PATRONO DE LA INFANTERÍA:
El arma de Infantería se enorgullece de tener como Patrono al Mariscal Andrés Avelino Cáceres, quien por sus virtudes cívicas y por sus hazañas bélicas, es el arquetipo más representativo de nuestro Ejército, y, por ende, es también uno de los principales paradigmas de la Nación Peruana.
Cáceres fulgura en la memoria nacional como el ejemplo a seguir. Su legado es imperecedero; sus ideales son eternos. La vida del Vencedor de Tarapacá y Conductor de La Breña, aparece en la historia como una lección plena de enseñanzas, para esta generación y aun para todas las que se sucedan en el porvenir.
Cáceres consagró a la patria el íntegro de su gloriosa existencia, y por ello tiene en todos los peruanos un recuerdo en cada memoria y un altar en cada corazón.
No hay peruano que no pronuncie su nombre con sentida unción patriótica, rememorando al Héroe entre los Héroes, recordando al hombre extraordinario que, luchando contra todas las adversidades, supo conducir en las horas aciagas para la patria, la bandera del honor y de la dignidad nacional.
Cáceres no fue ungido héroe en virtud de un decreto. Cáceres fue elevado a esa categoría inmortal por la opinión de todos sus compatriotas, que reconocieron en él a un hombre superior, al hombre que encarnando el más acendrado patriotismo, puso al servicio del Perú todas sus energías, todo su valor y toda su alma.
Por todo ello, cualquier palabra que se pronuncie en su honor estará siempre justificada. La aureola de su gloria ilumina más que las llamaradas de los volcanes y su voz llamándonos a luchar por el bien del Perú, en todo momento y sin claudicaciones, resuena aun mucho más fuerte que el estrépito de la naturaleza puesta en furia. Andrés Avelino Cáceres, el Patrono de la Infantería, simboliza lo más noble y sacrosanto de la peruanidad.
Los peruanos vemos en él a la personificación más grande de las glorias nacionales, porque tal vez como ninguno, enalteció el pabellón patrio, enarbolándolo en numerosos combates y conduciéndolo, altivo y enhiesto, de uno a otro confín del país, como símbolo emblemático de la resistencia jamás doblegada.
Como soldado, simbolizó el heroísmo y la gloria. Insuperable como guerrero, bien se dijo que bajo el Sol peruano no hubo soldado más grande, ni más genial, ni más extraordinario que Andrés Avelino Cáceres.