AHORA que el archivo fotográfico de Agustí Centelles ya está en Salamanca y zanjada la polémica entre los herederos, la Generalitat y el Ministerio de Cultura por la vía de un talón de 700.000 euros, creo que es el momento de realizar algunas consideraciones. Como que todo lo que sé es lo leído y escuchado en los medios de comunicación, admito que me faltan las interioridades imprescindibles para juzgar la actuación de todas las partes implicadas, especialmente si la familia ha interpretado correctamente la voluntad del interesado. Aun así, me lanzaré y expresaré algunas dudas razonables sobre si Centelles hubiera aprobado el destino final de sus negativos. Y no porque dude de que en Salamanca no estarán bien custodiados y difundidos. Al contrario. Pero la historia es la historia y a ella me remitiré.
Cuando Centelles huyó a Francia, lo hizo con todos aquellos negativos que pudo llevarse y que escondió en la casa de unos campesinos de Carcassone. Quería evitar que en manos de los franquistas sirvieran para represaliar a quienes durante años había retratado. Lo que no se pudo llevar fue en efecto incautado y trasladado precisamente a Salamanca, donde se concentró toda la documentación que sirvió a la policía para juzgar a los enemigos del régimen, entre ellos los miembros de la masonería, sociedad a la que perteneció el propio Centelles y por lo que fue juzgado al volver a España. Duramente interrogado y obligado a desvelar identidades de miembros de su antigua logia, debió de dar nombres de hermanos que sabía muertos o a salvo en el exilio, y al menos aliviado porque sus negativos ocultos salvaron sin duda más de una vida.
Hoy el archivo de Salamanca es la principal fuente para los investigadores de la guerra civil y la masonería. El expediente del propio Centelles está ahí junto con los de miles más. Pero fue un centro de documentación policial sobre el que pivotó toda la represión franquista. De ahí que la gran duda es si el Robert Capa español habría aprobado que el legado en el que puso tanto empeño para que no llegara nunca a Salamanca haya acabado precisamente ahí. Hay que reconocer que las cosas han cambiado y que lo importante es que los investigadores tengan acceso a la obra. Pero la guerra civil dejó muchas heridas sin cicatrizar y una de las de Centelles el expediente masónico que le abrieron en Salamanca y que le impidió volver a ejercer de fotoperiodista.