El impresor e inventor del pararrayos, Benjamin Franklin, fue una figura clave en el proceso de independencia de Estados Unidos, y uno de los masones que aprobaron la Constitución. Su padre había llegado a Boston desde Inglaterra. Allí, el joven Benjamín, nacido en 1706, aprendió el oficio de tipógrafo. Sus críticas a la intolerancia de los presbiterianos de Massachusetts le obligaron a trasladar su residencia a Filadelfia. Entre 1724 y 1726 vivió en Londres, donde intentó infructuosamente conocer a Isaac Newton. Es más que probable que en la capital británica estableciese contacto con los masones, pero lo cierto es que no se inició hasta 1731, cinco años después de regresar a Filadelfia.
Franklin ingresó en la logia St. John, que se reunía, cómo no, en una taberna de Filadelfia, la Tun. En 1734 obtuvo el grado de maestro y desarrolló una labor muy activa en el seno de la sociedad secreta, en la que llegó a ocupar el cargo de gran maestro provincial de Pensilvania, es decir, la máxima autoridad masónica en aquel estado. Publicó en 1734 la primera edición de las Constituciones de Anderson en el continente americano.
Benjamín Franklin regresó en 1757 a Londres como representante del Estado de Pensilvania. Su condición de masón le abrió las puertas de las logias y de los círculos intelectuales londinenses. En las negociaciones con el Gobierno británico no podía ocultar que era antimonárquico y firme candidato de la independencia de las colonias. Tras los disturbios de la Fiesta del Té de Boston, fue convocado a comparecer ante el rey Jorge III, que lo acusó de ser el responsable de los problemas. Dos años después, abandonó Inglaterra ante la inminencia de los combates en las colonias, que comenzaron en plena travesía de regreso a Filadelfia.
