René Guénon, hijo único de Jean-Baptiste, arquitecto, y de Anna-Léontine Jolly, nace en Blois el 15 de noviembre de 1886. Aquí transcurre una infancia y una adolescencia enteramente normales, recibiendo la primera educación de su tía materna, institutriz, y continuándola luego en la escuela de Notre-Dame des Aydes, conducida por religiosos. En 1902 pasa al Colegio Augustin-Thierry y al año siguiente se recibe de bachiller «ès lettres-philosophie». En 1904 se traslada a París, a fin de seguir un curso académico de matemáticas superiores en el colegio Rollin. Sin embargo, cerca de dos años más tarde interrumpe los estudios universitarios, a causa –se dice– de su salud que, según parece, era ya desde la infancia bastante delicada. En el ínterin, se había establecido en la calle Saint-Louis-en-l’Ile n. 51, domicilio que mantuvo por varios años. Después de la interrupción de sus estudios académicos, comenzó para R. Guénon un período rico de encuentros y fecundo de escritos; sin embargo, es sumamente difícil dar con testimonios fehacientes sobre sus relaciones, complejas, y ocasionadas frecuentemente por motivos que tenían una relación directa con el desarrollo de su obra escrita, sobre todo en su aspecto de clarificación y condena de las seudo-doctrinas ocultista y «teosofista». En el período que va de 1906 a 1909, Guénon frecuenta la «Escuela Hermética», dirigida por Papus, y se hace admitir ya en la Orden Martinista, ya en otras organizaciones secundarias. En el congreso espiritualista y masónico de 1908 donde participa en calidad de secretario, entra en relación con Fabre des Essarts, «patriarca» de la «Iglesia Gnóstica», en la que lleva el nombre de Synesius. R. Guénon ingresa en esta organización con el nombre de Palingenius. Aquí conoce a dos personajes de notable amplitud mental: Léon Champrenaud (1870-1925) y Albert Puyou, conde de Pouvourville (1862-1939); el primero entraría luego en el Islam con el nombre de Abdul-Haqq, el segundo era un ex-oficial del ejército francés que, durante su misión en Extremo Oriente había sido admitido –caso no solamente raro, sino hasta excepcional para un occidental– en ambientes taoístas. Siempre de este mismo período data la formación de una «Orden del Templo», dirigida por Guénon; si bien esta organización tendrá una vida breve, a su fundador le costará la exclusión de los grupos dirigidos por Papus. Igualmente de este período data la admisión de R. Guénon en la Logia masónica Thébah, dependiente de la Gran Logia de Francia, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado. Además, según algunos data de 1908 el encuentro de Guénon con calificados representantes de la India tradicional. En 1909 funda la revista La Gnose, donde aparecerá su primer escrito, intitulado El Demiurgo, artículos sobre Masonería y, lo que es más importante, pues demuestra cómo las doctrinas orientales ya habían sido completamente asimiladas por él en aquella época (tenía entonces entre 23 y 24 años de edad), las primeras redacciones de El Simbolismo de la Cruz, El Hombre y su devenir según el Vêdânta y Los Principios del cálculo infinitesimal. A fines de 1910 conoce a un pintor sueco, John Gustaf Agelii, quien con el nombre de ’Abdul-Hâdî había abrazado el islamismo cerca de 1897, y había entrado en el Tasawwuf (esoterismo islámico) a través del Shaykh Abd ar-Rahman Elish al Kebir. La revista La Gnose deja de publicarse en febrero de 1912. El 11 de julio del mismo año R. Guénon se casa en Blois con la Srta. Berthe Loury y, en ese mismo año, entra en el Islam. Data de los años 1913-1914 su encuentro con un hindú, el Swami Narad Mani, quien le procura una documentación sobre la «Sociedad Teosófica» que probablemente le servirá, en parte, para la redacción del estudio sobre la organización en cuestión. Entre los años 1915-1919 es suplente en el colegio de Saint-Germain-en-Laye, reside en Blois (donde muere su madre en 1917) y ejerce de profesor de filosofía en Sétif (Argelia). Regresa a Blois y luego vuelve a París. En 1921 tiene lugar la publicación de sus primeros dos libros: Introducción general al estudio de las doctrinas hindúes y El teosofismo, o historia de una seudo religión, mientras que en 1923 aparece El error del espiritismo. En 1924 (y hasta 1929) da lecciones de filosofía en el colegio Saint-Louis; ese mismo año se realiza una conferencia de prensa en la que participa junto a Ferdinand Ossendowski (polaco, autor de una crónica de viaje a través de la Mongolia y el Tibet que había despertado un cierto interés algunos años antes), Gonzague Truc, René Grousset y Jacques Maritain. Además, en 1924 aparece la obra Oriente y Occidente. El año 1925 ve su colaboración en la revista católica «Regnabit», dirigida por el R. P. Anizan, quien le había sido presentado por el arqueólogo Louis Charbonneau Lassay, de Loudun (dicha colaboración habrá de cesar muy pronto, en 1927). Siempre en 1925 aparecen los libros El hombre y su devenir según el Vêdânta y El esoterismo de Dante. En 1927 aparecen El Rey del Mundo y La Crisis del Mundo Moderno. El 15 de enero de 1928 fallece su esposa. En ese mismo año comienza su regular colaboración en la revista «Le Voile d’Isis», la cual, a partir de 1933 tomará el título de «Études Traditionnelles». Datan de 1929 el libro Autoridad espiritual y poder temporal y el breve estudio sobre San Bernardo. En 1930 parte para El Cairo, donde se establecerá definitivamente, desposando en 1934 a la hija del Shaykh Mohammed Ibrahim, con la que tuvo cuatro hijos (dos varones y dos niñas), uno de los cuales póstumo. El resto de sus libros fue escrito durante su estadía en Egipto, en el período que va de 1930 a 1951, año en que fallece, el día 7 de enero. El título y las fechas de publicación de tales obras son las siguientes: 1931: El simbolismo de la Cruz. 1932: Los estados múltiples del Ser. 1939: La metafísica oriental (Texto de una conferencia brindada en la Sorbona en 1925). 1945: El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. 1946: Consideraciones sobre la iniciación. (Compilación y adaptación de artículos que ya habían aparecido, entre 1932 y 1939, en la revista Études Traditionelles). 1946: Los principios del cálculo infinitesimal. 1946: La Gran Tríada. Después de su muerte fueron publicadas algunas recopilaciones de sus artículos, reunidos según pautas diversas de acuerdo con la intención de los distintos presentadores. 1953: Iniciación y realización espiritual. (Según su coordinador es la continuación de Consideraciones sobre la iniciación). 1954: Consideraciones sobre el esoterismo cristiano. (Recopilación de estudios relacionados con la tradición cristiana). 1962: Símbolos fundamentales de la ciencia sagrada. (Antología de 75 artículos sobre los más diversos temas, que aclaran los distintos aspectos del simbolismo tradicional). 1964: Estudios sobre La Francmasonería. (Selección de gran parte de los artículos de R. Guénon sobre temas masónicos, comprendiendo las reseñas de libros y revistas dedicadas a la Masonería y sus símbolos, publicados en la revista «Études Traditionnelles»). A partir de esta breve reseña biográfica es fácil darse cuenta cuán poco se conoce de la vida privada de R. Guénon. Debemos aclarar, además, que aun lo que se sabe sobre los episodios de que hemos dado noticia, así como de la parte que él tuvo en ellos, es casi enteramente el resultado de reconstrucciones inseguras, a las que se entregó la curiosidad de ciertos ambientes, despertada sólo después de su muerte, cuando faltó su presencia siempre vigilante para evitar intromisiones indebidas en una esfera que él consideraba, y con buena razón, que no debía interesar a nadie excepto a él mismo y a su familia. «Lo que realmente importa cuando se trata de un punto de vista doctrinal», escribía en efecto Guénon en una de sus obras[1], no son, de seguro, «las cuestiones específicas concernientes a tal o cual persona, cuestiones a menudo desagradables o al menos inútiles». Pero, agregaba, «es extraordinario ver cuantas dificultades los occidentales, en su mayoría, tienen para darse cuenta de que las consideraciones de este tipo no añaden nada ni a favor ni en contra de una teoría». Y si es cierto, como en efecto lo es, que «esto viene solamente a demostrar hasta qué punto han llevado el individualismo intelectual, junto con el sentimentalismo, del cual es inseparable», aún más extraordinario resulta que, después de un dictamen semejante sobre el valor de las curiosidades biográficas en el ámbito de la intelectualidad pura, alguien que no formaba ni siquiera parte del clan de sus detractores haya juzgado oportuno, luego de su desaparición, publicar nada menos que un libro sobre su vida[2]. Bien es verdad que entre las peores tendencias del mundo actual, amén del individualismo intelectual y del sentimentalismo, hallamos también el incontrolable impulso a trocar en dinero cualquier información que uno crea capaz de interesar al «gran público»[3]. En este caso, sin embargo, aun aceptando lo que acabamos de decir como una justificación, pese a que seguramente no lo sea, ¿qué explicación dar, entonces, a la increíble tentativa de hacer pasar por «simple», a ojos del público, la vida de este escritor, si no el «simplismo» propio de quien fue el autor de tal biografía, simplismo que, del todo en conformidad con el espíritu de la época, querría que lo que no se ve no exista? Y a más de esto, la misma cuestión de haber nacido en una tradición occidental y en una familia de la burguesía media y de haber muerto en una tradición oriental, de haber desposado primero a una joven de la buena sociedad francesa y por último a la hija de un Shaykh de ascendencia árabe noble, ¿no constituyen acaso, ya de por sí, eventos exteriores discretamente «excepcionales» para cualquiera, en particular para un hombre cuya seriedad, si no sus otras dotes también eminentes, es reconocida por todos, tanto detractores como panegiristas? Por otra parte, para salir de dudas sobre este punto no hay más que preguntar ¡qué piensan de la «simplicidad» de una vida real y plenamente tradicional –en el sentido profundo indicado por Guénon–, a quienes en Occidente se han visto atraídos por ella, sea cual fuere la tradición donde hayan podido integrarse y el nivel que haya podido alcanzar su integración! Por nuestra parte, pensamos que no por nada, en la doctrina del Tasawwuf (al cual notoriamente Guénon perteneció, y no sólo al Islam exotérico, como muchos suponen ingenuamente), la guerra exterior, aunque legitimada por fines tradicionales, es definida, en relación con aquello de que hablamos, solamente como una «pequeña guerra santa». Pero si bien esto es cierto, y si la verdadera vida de R. Guénon, con sus luchas y sus inauditos actos de silencioso coraje –alguien que lo conoció personalmente pudo algunas veces sentir sus ecos–, nadie la conocerá jamás en sus detalles pues así él lo quiso, todo esto en verdad no tiene ninguna importancia, porque lo que realmente cuenta y que nos debía venir de él o mejor, como Guénon habría seguramente preferido, a través de él, lo tenemos delante de los ojos: son los veinte libros y pico, los artículos, las reseñas, las innumerables cartas a los que le hacían frecuentemente las preguntas más vitales o más insignificantes y a las que él contestaba siempre con la más diligente seriedad y exactitud. Esa obra, en otras palabras, y para usar un lenguaje predilecto por ciertos fulanos, es manifiestamente el resultado del «amor» hacia sus semejantes de un hombre, de quien ha sido dicho de muchas partes, y especialmente de parte de ésos que parecen creer, más o menos de buena fe, que disponen del monopolio de la «caridad», que «carecía de amor». Dicha obra, que indudablemente no ha sido «edificada sobre arena», esto es sobre hipótesis más o menos gratuitas como la casi totalidad de esas, filosóficas o científicas, a las cuales está exclusivamente acostumbrada la mentalidad moderna, contiene por otra parte en sí incluso los únicos datos biográficos de su autor que tengan realmente una cierta importancia para su comprensión. Nos estamos refiriendo a la alusión que Guénon hace, por ejemplo, en la introducción de Oriente y Occidente, al «estudio de las doctrinas orientales» que le permitió «percatarse de los defectos del Occidente y de la falsedad de las ideas que circulan en la que prosigue, de haber hallado «en esas doctrinas, y solamente en ellas, [...] cosas de las que el Occidente no nos ha brindado nunca el menor equivalente». Queremos referirnos igualmente a esta todavía más explícita afirmación contenida en el capítulo «Acuerdo y no fusión» de la misma obra: «[…] de por sí, la procedencia de una idea es independiente de los hombres que la han expresado bajo una u otra forma; […] por otra parte, como no tenemos la pretensión de haber adquirido espontáneamente y sin ninguna ayuda las ideas que nosotros sabemos ser verdaderas, pensamos que sea útil decir por intermedio de quien ellas nos han sido transmitidas, tanto más que así indicamos a otros adónde pueden dirigirse para hallarlas igualmente; y, de hecho, es a los orientales exclusivamente que nosotros debemos estas ideas».