No, no son el caos, ni tampoco el azar, los causantes de esta pesadilla.
Lo es el carácter retrógrado de la actual mayoría parlamentaria. Y esto no es responsabilidad del caos, ni tampoco del azar. Lo es de la inconfundible, histórica -más bien dicho, ahistórica…- y suicida división de la izquierda, de las personas progresistas o, sencillamente, de los demócratas. Y de aquellos que pretenden tener un mínimo de perspectiva científica a la hora de construir alguna mirada, desnudada de dogmas, alrededor de los interrogantes que suscita la existencia humana, y la propia estructura de aquello que, antes, se denominaba universo… Antes, porqué, según los actuales parámetros de la ciencia física contemporánea, y de sus modelizaciones matemáticas, ya no se puede hablar tan sólo de universo… Parece, pues, bastante evidente que, de universos -paralelos, múltiplos, diferentes, inconocidos, probables…- hay más de un montón. Son incontables. Y, por eso, más vale hablar de multiverso, cuando se intenta definir cuál es el paradigma contextual dentro del cual nos encontramos estos pequeñitos habitantes de este pequeñito planeta, en esta pequeña y marginal galaxia, dentro de un cúmulo de muchísimas más… Y, según dicen los científicos, todo esto es ilimitado, es decir, sin límites temporales, sin principio, por lo tanto, sin causa, sin creación… Entenderlo un poco -suponiendo que esto sea posible en la escasa dimensión temporal de la existencia humana- tiene que ver con posibilitar el acceso a una formación llena, integral, nítida y aliena a cualquier deformación en la cual haya visiones mitológicas que pretendan tener la exclusiva de la interpretación de la realidad. Por eso, es no sólo democráticamente imprescindible, sino pedagógicamente necesario que la educación se enmarque en un contexto de laicidad y de fomento de la investigación, de crítica y contraste libre de las ideas -incluyendo, también, aquellas que dicen tener una sola versión de las cosas-, de impulso a la investigación, de favorecimiento del pensamiento libre. Bien, esto es redundante, no hay pensamiento si no es libre. En ausencia de libertad quizás puede haber algún tipo de erudición, pero no de pensamiento. Cargarse la Educación para la Ciudadanía, que abría la posibilidad de fomentar el razonamiento crítico y, por lo tanto, la autoformación del espíritu de ciudadanía, era imprescindible, pues, para llegar allá donde se ha querido llegar por parte del actual gobierno conservador. No, más bien ultraconservador, reaccionario, está claro. El nuevo diseño de la llamada asignatura de Religión tiene muy claro su objetivo: imponer, desde la enseñanza primaria, una fórmula de adoctrinamiento dogmático que excluya otras interpretaciones del uni… No, del multiverso… Por eso, además de decir que se quiere introducir la memorización de algunas fórmulas de petición y agradecimiento que los niños y las niñas tendrían que aprenderse –de esto siempre se ha dicho la oración (no gramatical), la plegaria…-, se afirma, también, que el origen del universo (…?) no es el caos, ni el azar, sino un acto de creación, ante el cual los niños y niñas se tienen que sentir maravillados. Para proceder, después, a la adoración. Esto no implica que -cómo hemos defendido siempre desde la laicidad “contundente”- no sea necesario el estudio histórico de las culturas religiosas -de todas, ¿eh?- para obtener una formación llena que permita interpretar muchos de los signos culturales, estéticos y tradicionales de nuestras sociedades. Esto es evidente y, aparte, es muy interesante. Rechazando frontalmente, pero, la imposición de una lectura dogmática y excluyendo de una cualquiera de estas interpretaciones. Por otro lado, probablemente es cierto que todo este tinglado es maravilloso, con sus contradicciones. Pero es dramático que, todavía, hoy, haya quien se emperre en negar aquello que ya afirmaba Anaximandre, entre los siglos VII y VI antes de la era actual: el principio de conocimiento de la estructura de la realidad es la ”apeiron”, es decir, la ilimitación. Si no hay límite, no hay principio. No hay acto de creación. Imponer una teoría dogmática, revestirla de la angustia de la creencia religiosa y pretender que los niños y las niñas tengan que rendirle algo pareciendo a la adoración es, obviamente, un acto de violencia psicológica contra los más indefensos en razón de su edad. Los “responsables” actuales del Ministerio de Educación, con la ayuda cándida, turbia, tibia y sombría de la actual Consellería de Enseñanza -que “confía” en la aplicación sensata que haga “la Iglesia catalana”…- saben muy bien que, todo ello, no es obra del caos. Ni del azar. No es el caos ni el azar los que lo determinan, no. Son los intereses de aquellos grupos de poder, tan muy representados en los actuales gobiernos, de aquí y de allá, que saben perfectamente que el mejor que los puede pasar es recortar, además de los derechos sociales, el acceso al pensamiento. Y promover la falsificación de la información, la destrucción de la razón, la obstrucción de la raíz crítica que impulsa el derecho de ciudadanía. Y que hace posible el ejercicio de la libertad. Cómo decía una pancarta exhibida en la manifestación de estudiantes en protesta por el intento de imponer un modelo regresivo de reforma universitaria: “Señor Wert: Dimitir no es un nombre ruso”.
Vicenç Molina
Fuente: Blog “Espai de llibertat” de la Fundación Francesc Ferrer i Guàrdia
Traducción al castellano: El Masón Aprendiz