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EL FUEGO SAGRADO

FUEGO

ORIENTE Y OCCIDENTE, ALQUIMIA DE PUERTA ABIERTA Y ALQUIMIA DE PUERTA CERRADA.


Por su naturaleza la alquimia es un arte esotérico, es decir, interno.


El éxito de la Gran Obra es un asunto íntimo, personal, que solo atañe al propio alquimista y su materia. Sin embargo, hemos querido designar con el nombre de "alquimia abierta" a la enseñanza hermética que ha sido entregada en forma simple y directa; y "alquimia cerrada" a aquella enseñanza escondida bajo el simbolismo o la metáfora. En occidente el arte alquímico tomó con preferencia el carácter "cerrado" por diversas razones.


En primera instancia estuvieron las intensas persecuciones religiosas, que enviaban al calabozo, la horca u hoguera a todo aquel que profesara un saber o conocimiento diferente al admitido por la religión oficial. Esto motivó a muchos alquimistas a permanecer en el anonimato y a disfrazar sus enseñanzas con el simbolismo religioso imperante. Esta es la tónica característica de los siglos medievales y la explicación principal de la proliferación de imágenes religiosas tan especiales durante esa época.


Una segunda razón que motivaba a los alquimistas a mantenerse en secreto eran las persecuciones por parte de los poderosos y gobernantes, que deseaban extraer a toda costa, recurriendo sin asco a la tortura y asesinato, el secreto para la fabricación del oro con el cual aumentar sus riquezas o mitigar sus deudas. El caso del alquimista Alexander Sethon, apodado "el cosmopolita", es el más triste ejemplo de esta situación.


Como tercer punto tenemos la tradición hermética, propia de los templos egipcios y de los misterios griegos, la cual conocedora del alma humana sabía que todo aquello que es de difícil acceso motiva al hombre a darle un justo aprecio. Por ello, cubrían la enseñanza alquímica de gran misterio y secreto, dándola de a gotas a aquellos estudiantes que, pasando por duras pruebas, apreciarían el conocimiento alquímico como si fuese oro puro. Por otro lado, el uso de la metáfora y simbolismo por parte de los Maestros era un recurso encaminado a "hacer pensar" a los estudiantes, forzándolos a trascender sus habituales estados de conciencia y situarlos, así, en planos intelectuales más elevados.


Una cuarta razón que motivaba al secreto de la enseñanza, era el temor de que algunas de las técnicas alquímicas fuesen mal empleadas por aficionados del arte y ello les provocara más desgracias que beneficios en sus vidas.


Con el paso de los siglos la alquimia fue tornándose más oscura e incomprensible, con lo cual el número de los interesados en ella empezó a disminuir, por considerarla un arte vano y fantasioso. Esto motivó a los Maestros a "abrir sus puertas" y hacerla más accesible a la mentalidad de la época. Esta rama de la alquimia se hizo característica en el mundo oriental debido, principalmente, a su cultura de mayor tolerancia ideológica y sincretismo religioso. Los maestros orientales pensaron que si la alquimia alcanzaba una gran divulgación entre las masas se evitaría, por un lado, la falta de estudiantes y, por el otro, el empleo incorrecto de las técnicas. A ellos no les preocupaba que el Gran Secreto de la alquimia fuese a caer en manos inadecuadas, sabían que:


"El secreto se protege a sí mismo y se basa en el espíritu y la práctica de la enseñanza".


Esto significaba que solo tras una práctica perseverante y honesta le era posible al estudiante alcanzar la tan ansiada Piedra Filosofal y que para que esta práctica fuese conducida por la senda correcta el Espíritu debía conservarse alerta, despierto y puro.


Con esta firme convicción iniciaron la propagación del conocimiento alquímico, con tanto éxito que consiguieron inocular en el alma colectiva, costumbres y cultura de sus naciones los principios y conceptos de la Gran Obra.


A través de una doctrina simple y directa se encargaron de que en cada generación existiese, al menos, un estudiante que asimilara correctamente la enseñanza y la perpetuara en el tiempo a la siguiente generación.


Habrá quienes estimen diferentes las escuelas alquímicas de oriente y occidente en lo relativo a sus metas u objetivos. Discrepamos absolutamente con ellos. Consideramos a la Alquimia como una sola, sin importar si sus labores y esfuerzos se realizan en el plano macrocósmico o en el microcósmico.


Como es arriba es abajo, leemos en la Tabla Esmeralda, a lo cual nosotros ampliaríamos la idea agregando: Como es adentro es afuera, como es en el microcosmos es en el macrocosmos. Y estamos seguros que con ello no estaríamos violentando en absoluto este famoso principio hermético.


La comprensión profunda de esta ley, provocó que muchos alquimistas, tanto de oriente como de occidente, pero especialmente orientales, intentasen la obtención de la Piedra Filosofal o Medicina Universal en el plano microcósmico. Sus mentes, sencillas y prácticas, apegadas en todo a la naturaleza, les hizo elegir el camino más próximo y seguro para la consecución de la Gran Obra. ¿Por qué buscar afuera lo que podían encontrar adentro?


Sabemos, por las innumerables horas dedicadas a leer las obras del maestro Fulcanelli, que a éste no le eran desconocidas las tradiciones alquímicas de extremo oriente y sabemos, también, que si las menciona en sus escritos no es por mera casualidad o para hacer gala de su erudición. Cuando un alquimista dice o escribe algo jamás es producto de la casualidad, vanidad o el exceso. Es una señal de algo, un signo, puesto ahí para el estudioso que posee ojos para ver y oídos para escuchar. Fulcanelli nos señala:


"Una leyenda china cuenta a propósito del sabio alquimista Hujumsin, elevado a la categoría de dios tras su muerte, que habiendo dado muerte este hombre a un dragón horrible que asolaba el país, ató el monstruo a una columna" (2).


Y si esta acotación a la alquimia china no fuese suficiente, el insigne maestro vuelve a mencionar la leyenda, en otra parte de su obra, como una nota aclaratoria a pie de página, indicando: "... el célebre alquimista Hujumsin, elevado a la divinidad por haber descubierto la piedra filosofal, había dado muerte a un terrible dragón..." (3).


Entonces que no quepa la menor duda que, tanto la alquimia practicada en la China imperial, como aquella que florecía en la Europa medieval, eran la misma ciencia que pretendía a través de su arte obtener la Piedra Filosofal. Similar situación encontramos en el continente indio:


"Entre los antiguos hindúes, la materia filosofal estaba representada por la diosa Mudevi (humedad, podredumbre). Nacida se dice del mar de leche, se la representaba pintada de color verde, montada en un asno y llevando en la mano una banderola en medio de la cual se veía un cuervo" (4).


Las palabras de Fulcanelli no son antojadizas, tienden un hilo invisible entre las escuelas alquímicas de Oriente y Occidente. Hilo sin el cual no habríamos podido relacionar las enseñanzas de ambas ramas filosóficas, ni explicar a una a la luz de la otra.


Por regla general la tradición afirma que la alquimia proviene de Egipto. Sin embargo, Fulcanelli sin negar esta tradición la amplía afirmando:


"Nacida en Oriente, patria del misterio y de lo maravilloso, la ciencia alquímica se ha expandido por Occidente a través de tres grandes vías de penetración: bizantina, mediterránea e hispánica. Fue, sobre todo, el resultado de las conquistas árabes. Este pueblo curioso, estudioso, ávido de filosofía y de cultura, pueblo civilizador por excelencia, constituye el vínculo de unión, la cadena que relaciona la antigüedad oriental con la edad media occidental... ... Los árabes, discípulos de los griegos y de los persas, transmitieron a Europa la ciencia de Egipto y de Babilonia, aumentada por sus propias adquisiciones, a través del continente europeo (vía bizantina), y hacia el siglo VIII de nuestra Era" (5).


Nos es necesario recordar que los árabes también fueron el pueblo de contacto entre la cultura asiática, de extremo oriente, y el mundo europeo, no sólo a través del tráfico de mercancías exóticas y especias por medio de la bien conocida Ruta de la Seda, sino en el intercambio de ideas y corrientes filosóficas. Este hecho ha provocado que algunos investigadores piensen que la alquimia llegó a Europa desde India y China, teoría que no estaría en pugna con los orígenes egipcios si fuésemos capaces de aceptar la leyenda greco-egipcia que afirma que el Arte Sagrado tuvo su cuna en Hiperbórea. Desde allí se habría extendido a la Atlántida y, por medio de ésta, a Egipto, Babilonia, Persia y Grecia. A este respecto, algunas escuelas hindúes y chinas señalan que sus enseñanzas fueron propagadas por pueblos venidos del norte, lo que indicaría orígenes polares o hiperbóreos.


Similar tradición guardaban las tribus nórdicas de la Europa septentrional con respecto a sus ciencias mágicas y guerreras.


Sin embargo, para el practicante, poco importa la veracidad histórica de estas afirmaciones. Lo importante es saber que la Alquimia fue practicada, casi en forma simultánea, tanto en el mundo oriental como occidental.


Por otro lado, la leyenda mencionada no deja de ser interesante por el significado que encierra. Hiperbórea (más allá del viento del norte), según la mitología griega, es el lugar donde el dios Apolo permaneció inmediatamente después de su nacimiento y en donde cada diecinueve años, período que necesitan los astros para efectuar una revolución completa y volver a su posición inicial, el dios celebraba sus fiestas durante la noche de equinoccio de primavera. Por su parte, Atlántida, según el mito, era la isla donde reinaba Atlante o Atlas, el titán que sostenía en sus hombros la bóveda celeste


Es fácil, entonces, entender el mensaje de la leyenda. Hiperbórea es la residencia del Sol, el dador de luz, calor y vida. Atlántida es el hogar del Espíritu que "sostiene al firmamento". Por tanto, cuando se afirma que la Alquimia proviene de Atlántida e Hiperbórea, a los adeptos no les interesa señalar tanto su origen histórico o geográfico como su fuente espiritual y energética: el Espíritu Igneo que sostiene al universo.


Este tipo de metáforas, semi-históricas, semi-leyendas, forman parte de un método de enseñanza al cual recurren con mucha frecuencia los alquimistas, especialmente del pasado, y que dio por resultado una amplia cantidad de mitos.


El Laberinto de la Simbología


"Sin embargo, los filósofos certifican que jamás hablan más oscuramente que cuando parecen expresarse con precisión. Asimismo, su claridad aparente engaña a los que se dejan seducir por el sentido literal y no se preocupan en absoluto por asegurarse si concuerda o no con la observación, la razón y la posibilidad de naturaleza" (6).


" Los que quieren hacer nuestra Obra mediante digestiones, destilaciones vulgares y sublimaciones semejantes, y otros por trituraciones, todos ellos están fuera del buen camino, sumidos en gran error y dificultad, y privados para siempre de conseguir su objetivo, porque todos esos nombres y palabras y maneras de operar son nombres, palabras y maneras metafóricos"(7).


No deja de sorprender al investigador serio que a pesar de la gran variedad de advertencias, al respecto, muchos interesados en la alquimia continúan interpretando literalmente las palabras de los viejos maestros. Fulcanelli no es la excepción al disfrazar sus enseñanzas bajo el manto de la metáfora, sin embargo, dedica muchas páginas de sus obras a advertirnos al respecto:


"¿Qué callar? Todo cuanto se refiere al secreto alquímico y concierne a su puesta en práctica, pues al constituir la revelación el privilegio exclusivo de Dios, la divulgación de los procedimientos se mantiene prohibida, no comunicable en lenguaje claro, permitida solo bajo el velo de la parábola, de la alegoría, de la imagen o de la metáfora" (8).


"La alquimia tan solo es oscura porque está oculta. Los filósofos que quisieron transmitir a la posteridad la exposición de su doctrina y el fruto de sus labores se guardaron de divulgar el arte presentándolo bajo una forma común, a fin de que el profano no pudiera hacer mal uso de él (...) Los filósofos no disponían de otras fuentes para ocultar a unos lo que querían mostrar a otros, más que ese fárrago de metáforas y símbolos diversos, y esa prolijidad de términos y de fórmulas caprichosas trazadas a vuelapluma y expresadas en lenguaje claro para uso de los ávidos o de los insensatos" (9).


Estas son algunas de las advertencias que el insigne alquimista nos regala, como indicándonos que todo lo que tenga que ver con el Arte Sagrado posee un doble significado o un significado que no es el aparente. Como si fuese poco su fiel discípulo, Eugene Canseliet, vuelve a reiterarnos la advertencia en el prefacio de Las Moradas Filosofales:


"Nuestros libros no son escritos para todos, repiten los viejos maestros, si bien todos son llamados a leerlos. En efecto, cada uno debe aportar su esfuerzo personal, absolutamente indispensable si desea adquirir las nociones de una ciencia que jamás ha cesado de ser esotérica. Por ello los filósofos, con objeto de esconder sus principios al vulgo, han cubierto el antiguo conocimiento con el misterio de las palabras y el velo de las alegorías (...) Estas reglas exclusivas tienen una razón profunda. Si se me preguntara cuál es, respondería simplemente que el privilegio de las ciencias debería ser patrimonio de los sabios de elite. A1 caer en el ámbito popular, distribuidos sin discernimiento entre las masas y explotados ciegamente por ellas, los más hermosos descubrimientos se evidencian más perjudiciales que útiles" (10).


En la opinión del señor Canseliet vemos claramente indicadas las razones y, la confirmación, de que las obras del maestro Fulcanelli están bajo el velo de la metáfora y como tal deben ser leídas y entendidas. Por lo tanto, sería un acto de insensatez (y no pretendemos ser groseros sino honestos) e1 querer seguir literalmente las indicaciones y fórmulas que en ellas se muestran.


Este lenguaje oscuro y simbólico, tan querido por los adeptos para expresar sus ideas y tan exasperante, para aquellos que se inician en el Arte Sagrado, fue denominado Cábala Hermética. Término el cual no debe ser confundido con la cábala hebrea, según el propio Fulcanelli nos advierte:


"La cábala hermética se aplica a los libros, textos y documentos de las ciencias esotéricas de la antigüedad, de la edad media y de los tiempos modernos. Mientras que la cábala hebraica no es más que un procedimiento basado en la descomposición y explicación de cada palabra o de cada letra, la cábala hermética, por el contrario, es una verdadera lengua (...) La cábala proporciona la causa, da el principio y revela la causa de las ciencias (...) CONOCER LA CABALA ES HABLAR LA LENGUA DE PEGASO, la lengua del caballo (...) Lengua misteriosa de los filósofos y discípulos de Hermes, la cábala domina toda la didáctica de la Ars Magna, del mismo modo que el simbolismo abarca toda su iconografía (...) La cábala y el simbolismo toman vías diferentes para llegar a la misma meta y para confundirse en la misma enseñanza. Son las dos columnas maestras levantadas sobre las piedras angulares de los cimientos filosóficos, que soportan el frontón alquímico del templo de la sabiduría" (11).


Nos parece haber ejemplificado lo suficiente sobre la calidad metafórica de los textos alquímicos, según nos señala el maestro Fulcanelli, como para seguir repitiendo sus palabras.


Sin embargo, tales advertencias, aunque bienvenidas nos parecen innecesarias, pues a cualquier investigador serio y meticuloso se le hace patente que la alquimia hace referencia a "algo más" que a una simple técnica metalúrgica o química.


Pronto uno se da cuenta que una enmarañada jungla de palabras e imágenes le cierran el paso a la comprensión de ese "algo más". Con asombro y desesperación vemos como la misma materia o substancia es llamada con diversos nombres:


" Este sujeto tan vulgar y tan despreciado, se convierte seguidamente en el Arbol de Vida, Elixir o Piedra Filosofal, obra maestra de la Naturaleza ayudada por el trabajo humano, pura y rica joya de la alquimia" (12).


"(...) El Espíritu universal, materializado en los minerales bajo el nombre alquímico de Azufre, constituye el principio y el agente eficaz de todas las tinturas metálicas. Pero este Espíritu, esta sangre roja de los niños, solo puede obtenerse descomponiendo lo que la Naturaleza había antes reunido en ellos. Es, pues, necesario que el cuerpo perezca, que sea crucificado y que muera, si se quiere extraer el alma, vida metálica y Rocío celeste, que aquél tenía encerrada" (13).


"(...) Todo el trabajo del arte consiste en animar este mercurio hasta que aparezca revestido del indicado signo. Y los autores antiguos llamaron a este signo, Sello de Hermes, Sal de los Sabios, marca y huella del Todopoderoso, firma de éste y también Estrella de los Magos, Estrella Polar, etc."(14).


En estos tres ejemplos, extraídos de E1 Misterio De Las Catedrales, vemos que se utilizan como sinónimos los términos piedra filosofal, elixir y árbol de la vida. Al espíritu universal se le designa como azufre, sangre roja de los niños, rocío celeste, alma o vida metálica.


Y al "signo", que anuncia la madurez del mercurio, se le baña de epítetos como sal de los sabios, sello de Hermes, estrella polar, estrella de los magos, ¡firma del Todopoderoso!


Pero esto no se queda así, a la "disolución" de la materia se le ha llamado: negrura, occidente, tinieblas, eclipse, lepra, cabeza de cuervo, muerte, mortificación del mercurio (15).


Otros filósofos no a gusto con estos términos y descripciones han agregado los suyos: calcinación, denudación, separación, trituración, asación, reducción, ablandamiento, extracción, licuefacción, sutilización, división, humación, impastación, destilación, putrefacción, corrupción, gruta, infierno, dragones, generación, ingresión, sumersión, impregnación y conjunción (16).


Nos costaría trabajo creer que todos estos nombres hacen referencia al mismo proceso, sino fuese porque el propio Fulcanelli lo afirmara en su capítulo dedicado a Luis d'Estissac, gobernador de Poitou y la Saintonge. Acto compasivo del Maestro hacia el estudioso, pues con esa indicación da a entender que tanto su obra como la de sus antecesores solo tratan de una operación y una materia.


Ejemplo similar tenemos en la descripción del rebis, amalgama o compuesto, unión del azufre y el mercurio la cual es comparada a una lucha, durante su primer encuentro:


"Este combate singular de los cuerpos químicos cuya combinación produce el disolvente secreto (y el vaso del compuesto), ha dado tema a una gran cantidad de fábulas profanas y de alegorías religiosas. Es Cadmo clavando la serpiente en un roble; Apolo, matando con sus flechas al monstruo Pitón, y Jasón, matando al dragón de Cólquida; Horus, combatiendo al Tifón del mito osiriano; Hércules, cortando las cabezas de la Hidra, y Perseo, la de 1a Gorgona; san Miguel, san Jorge y san Marcelo, abatiendo al Dragón, copias cristianas de Perseo, montado en el caballo Pegaso y matando al monstruo guardián de Andrómeda; es también, el combate de la zorra y el gallo (...), de la rémora y la salamandra (de Cyrano De Bergerac), de la serpiente roja y la serpiente verde, etc."(17).


Los alquimistas, al describir los procesos de la Gran Obra, no fueron tímidos para introducirse en el lenguaje simbólico de diferentes religiones, filosofías y oficios. Fue tal vez en este último sector donde la confusión fue mayor, pues algunas artes poseen técnicas tan sofisticadas que por sí solas tienen un carácter esotérico, es decir, comprensibles solo para quienes la practican. Entonces si sus tecnicismos y conceptos son utilizados para expresar, simbólicamente, el proceso alquímico, el resultado sería que el vulgo tomaría por literales las fórmulas e indicaciones. Tal fue el caso de la metalurgia y la espagiria medieval.


También, a través de la metáfora y el simbolismo, los alquimistas se infiltraron en la religión. Fulcanelli nos señala:


"Hubo grandes sabios, entre los maestros antiguos, que no temieron explicar alquímicamente las parábolas de las Sagradas Escrituras, tan susceptible en su sentido de interpretaciones diversas. La Filosofía hermética apela a menudo al testimonio del Génesis para servir de analogía al primer trabajo de la Obra; muchas alegorías del Viejo y Nuevo Testamento adquieren un relieve imprevisto en contacto con la alquimia" (18).


Y no solo en sus historias sagradas, sino también en muchas de sus fiestas populares:


"(...) la Fiesta de los Locos, con su carro del triunfo de Baco, tirado por un centauro macho y un centauro hembra, desnudos como el propio dios, acompañado del gran Pan; carnaval obsceno que tomaba posesión de las naves ojivales." (19).


Aunque esto acontecía en las iglesias cristianas, de la edad media, la infiltración alquímica no solo abarcó al cristianismo. Antes de la existencia de éste, las religiones latinas, griegas, persas, egipcias y caldeas, presentaban en su mitología y tradiciones la señal del espíritu alquímico, siempre velado bajo el lenguaje de la metáfora.


Si bien puede acusarse a la alquimia de expandir sus enseñanzas a la sombra de otras religiones o filosofías, no debe olvidarse que su espíritu alegórico e imaginativo enriqueció las creaciones artísticas de las instituciones con las cuales convivió, dándoles así presencia histórica y permanencia en el tiempo. Por tanto su deuda con aquellas está sobradamente saldada.


Y así como utilizó a las instituciones religiosas para la expresión de sus enseñanzas, la Alquimia hizo exactamente lo mismo con algunos oficios y artes. Como ya lo habíamos mencionado la metalurgia, la espagiria (química primitiva), el vidriado, la orfebrería, la alfarería y, muy especialmente, los canteros y constructores de catedrales, contaron con verdaderos alquimistas entre sus filas.


Ellos, aprovechando el lenguaje técnico de sus oficios, escribieron textos dedicados a la Gran Obra, su materia y procesos.


Fue tal vez la espagiria, como química naciente, llena de asombro y descubrimientos ante la incógnita del mundo material y sus leyes (y por su influencia en la medicina y otras ciencias), la que sirvió mejor de vehículo para la exposición del arte alquímico.


En una época en que la materia empezaba a revelar sus misterios el descubrimiento de nuevos compuestos y elementos brindaron esa amplitud de espíritu tan necesaria para la expresión y práctica de la Gran Obra. Todo era posible y hasta la sustancia más sencilla y el proceso más simple podía encerrar dentro de sí el secreto de la creación.


No es de extrañar, pues, que la alquimia, siempre a través de su lenguaje metafórico, haya utilizado el vocabulario espagírico y la imagen de sus manipulaciones para expresar sus enseñanzas. ¡Escila y Caribdis para el estudioso! Pues pasó a confundirse lo real con lo metafórico o, como indica el budismo zen, se confundió la luna con el dedo que la señala.


En semejante embrollo nos arroja también Fulcanelli. Temeroso de haber sido demasiado claro en algunas partes y, así, haber violentado la promesa del secreto, nos envuelve con una cortina de humo a través de la palabrería técnica y las expresiones químicas:


"Los que están instruidos acerca de las cualidades del sujeto saben que el disolvente universal es un verdadero mineral, de aspecto seco y fibroso, de consistencia sólida y dura y de textura cristalina. Es, pues, una sal y no un líquido ni un mercurio fluyente, sino una piedra o sal pétrea, de donde sus calificativos herméticos de salitre, de sal de sabiduría o sal alembroth." (20).


Pobre de aquel que no comprenda que el insigne adepto habla metafóricamente, utilizando un lenguaje químico y refiriéndose al "disolvente universal" como un cuerpo mineral, por su origen y naturaleza interna. Sin embargo, dejándose vencer por la compasión, nos pone en alerta al destacar en una grafía diferente las palabras: sujeto, disolvente universal, verdadero mineral, sal, piedra, sal pétrea, salitre, sal de sabiduría y sal alembroth. Con ello nos indica la ambivalencia de aquellos términos. Le estaremos siempre agradecidos.


Estando claros y habiendo aceptado que los escritos alquímicos están en lenguaje simbólico, nuestra próxima tarea será intentar descifrar su código, más cerca de la poesía que de la terminología técnica de nuestras ciencias.

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