El objeto fundamental de la hermandad es educar al hombre y hacerle mejor, o según se expresa simbólicamente, trabajar lapicera bruta (que representa el carácter y la personalidad en su estado de imperfección) y hacer de la misma una piedra labrada que pueda mejor llenar su función constructiva en el edificio de la sociedad y de la vida universal.
La Masonería reconoce, por consiguiente, implícitamente la perfección, inherente en el hombre —así como una piedra labrada o una estatua se encuentra potencialmente en cada bloque o piedra bruta— y dirige sus esfuerzos para que esa perfección se haga evidente, por medio del proceso sencillo y seguro de quitarle asperezas externas.
Lo mismo hace también el tallador de piedras al transformar el diamante en una joya, desde el estado natural en que se encuentra. Y ésta es, tal vez, la mayor diferencia de principios entre nuestra Institución y la creencia, comúnmente aceptada en algunas religiones, en la originaria fundamental imperfección del hombre; y en lugar de una patética salvación (o redención] la Masonería indica al hombre la necesidad de labrar por sus esfuerzos su propio Camino de progreso, trabajando como obrero para la realización de los Planes Ideales de la Inteligencia Cósmica.
Y la Masonería es verdaderamente tal según ejerce esa función primordial educativa y constructora, es decir según realmente contribuye en hacer mejores a todos aquellos que ingresen en ella, incitándolos a progresar espiritual, moral e inteligentemente, adquiriendo una conciencia más clara de sus deberes y estableciendo una relación más armoniosa y profunda con el Principio Interno de la Vida que se reconoce y se venera con el nombre simbólico de Gran Arquitecto), con las condiciones externas en que uno se encuentra, y con sus semejantes. Alejándose de ese objeto se alejaría, pues, igualmente de su principal finalidad.
Nos dirigimos con esta obra por igual a los masones como a los que no lo sean, y tenemos la seguridad de que, tanto los unos como los otros hallarán en ella un estímulo para conocer mejor la naturaleza verdadera de la Institución, iniciándose en la mística comprensión de ese secreto que nunca puede cesar de ser tal, por más que nos esforcemos por penetrarlo y revelarlo
Se trata, pues, del secreto mismo de la Vida y del Ser, que es el Manantial Inagotable de la Verdad y de su progresiva revelación. Por más que tratemos de abrevarnos en ella y logremos satisfacer, aunque sea parcialmente, nuestra sed y nuestra hambre de conocimientos, y hacer a los demás partícipes de lo que hemos encontrado y asimilado, más todavía nos queda por conocer y revelar.
Ese secreto es como una mina de oro, cuyo filón se pierde en los abismos insondables de la tierra: nunca nos será posible agotarlo; por más oro que llevemos a la luz, más oro todavía quedará secreto en las entrañas profundas del suelo.
Pretender revelar por completo ese secreto es una implícita confesión de ignorancia. Pretender agotarlo, sería como si un hombre quisiera vaciar el océano, sacando el agua con una cubeta. De aquí la puerilidad de esas pretendidas revelaciones estilo Leo Taxil, en que el autor ni se ha dado cuenta de la naturaleza real del secreto masónico; ese secreto es tal que sólo los masones verdaderos están capacitados para conocerlo, aunque se proclamara "sobre los techos".
En este trabajo no se "revela ninguna palabra o signo secreto, ni se dan particulares sobre las diferentes ceremonias que se explican: el que quisiera conocer estas cosas se encontraría desilusionado. Pero estamos seguros que no lo estará quien desee saber lo que realmente es la Masonería y cómo puede uno ingresarse en su espíritu y participar en la herencia maravillosa que nos trae de las edades más remotas.
Sus beneficios son, pues, esencialmente, morales y espirituales, como el oro simbólico de los alquimistas —hermanos de los masones— y, sin embargo, no dejan de surtir efectos también materiales, en cuanto contribuyen a manifestar en la vida exterior la Divina Perfección Eterna del Ser.
Toda nueva Verdad hacia la cual se abre nuestra mente, todo nuevo conocimiento real que se añade al caudal que enriquece la vida interior, es, pues, una Fuerza Vital que estimula nuestro progreso; y todo error y prejuicio que logremos vencer y superar y una parte necesaria de nuestra progresiva liberación, del mal, en sus formas más diferentes.
Dado que todo mal, según lo enseñaban Budha y Pitágoras, radica en la ignorancia, en el error y en la ilusión, que constituyen el verdadero pecado originario de la humanidad; y sólo conociendo la Verdad, según lo dijo Jesús, podemos librarnos a la vez de la causa y de sus efectos.