Si, adaptada al ingenio moderno, la intelectualidad de los antiguos Misterios revivió en la Franc-Masonería, ésta debe sus tradiciones inmediatas a una confraternidad constructiva de la Edad Media.
En esta época, la talla de las piedras fue llevada hasta el refinamiento, gracias a un estudio profundizado de la esteorometría práctica. Sabios cálculos presidieron, por otra parte, a la agrupación de los materiales, cuya masa debía ser sistemáticamente reducida al mínimum, sin perjuicio para la solidez del edificio.
Pero gravitando en torno de la geometría, su ciencia maestra, el saber de los maestros de obra fue de lo más extenso. Les estaba aún recomendado si es preciso creer a un antiguo manuscrito inglés, instruirse de omni re: sciibili et quibusdam aliis, según la fórmula de Pico de la Mirandola.
En todo caso, la astronomía les era indispensable, cuando más no fuese sino para orientar exactamente en el terreno los ejes del edificio por construir.
El ritual agrega, por otra parte, tal importancia a las horas supuestas de apertura y clausura de los trabajos, que es inadmisible que la primera piedra de un edificio haya podido ser colocada a una hora no reconocida como propicia por la astrología.
Los zodíacos y otros símbolos de las catedrales atestiguan preocupaciones astrológicas de los constructores, cuya ciencia del simbolismo debía extenderse, además, al hermetismo y a la Alquimia.
El texto ya citado, cuyo estilo y ortografía cuadran con el siglo XV, se expresa a este respecto como sigue:
“Los Masones ocultan el arte de alcanzar maravillas y de predecir las cosas futuras, a fin de que los mal intencionados no puedan abusar de él. Asimismo se callan sobre el arte de las transmutaciones y sobre los métodos que conducen a la facultad de la Abrac (Kábala, Magia, Preparación de los Talismanes), pero su gran secreto enseña a hacerse bueno y perfecto, sin temer ni esperar nada.
Poseen, en fin, un lenguaje universal que les es propio”. Se puede lamentar, con Locke, que el conjunto de la humanidad no goce del gran secreto de los masones, que reside en una concepción particular de la vida a la que se le considera una.
Ella anima toda la creación cuya obra, lejos de haberse detenido el sexto día bíblico, se prosigue indefinidamente.
Es el objeto de la actividad constante del Grande Arquitecto del Universo, de la cual todos los seres son los obreros conscientes o inconscientes.
Lo que distingue a los Masones es que colaboran en la Gran Obra con pleno conocimiento de causa, porque han sido iniciados en el plano de la la grandeza y la belleza de la obra los lleva aún por encima de toda preocupación de salario, pues trabajan por amor al arte, inaccesibles al temor de un castigo como a la esperanza de una recompensa.
No siendo asalariados se elevan al rango de asociados del Patrón: trabajan por su cuenta y alcanzan así a la Maestría, que equivale a una divinización o a una apoteosis.
El lenguaje universal reservado a los Masones fluye de la clarividencia adquirida en la interpretación de las alegorías y de los símbolos.
Aprendices y Compañeros se ejercitan en deletrear y descifrar más o menos penosamente las palabras sagradas, mientras los Maestros, que han transmontado las dificultades del extremo, poseen la clave de todos los simbolismos.
Para hacerse accesible al vulgo, el pensamiento demasiado sutil se reviste de imágenes groseras, ante las cuales se detiene el común de las inteligencias, mientras que el iniciado se aficiona a discernir lo que lo hablado quiere decir, guardándose de tomar al pie de la letra las fábulas, los mitos, el dogmatismo de las religiones o la terminología figurada de las antiguas escuelas filosóficas; el pensador verdadero se remonta hasta las nociones generadores, madres del saber humano.
Se inicia también en el secreto del pensamiento rebelde a toda expresión y penetra el alcance de todas las tradiciones misteriosas, llegadas hasta nosotros bajo la forma de leyendas desconcertantes, de poemas que cantan a héroes inverosímiles, de obras de arte enigmáticas o de síntesis filosóficocientíficas extravagantes a primera vista.
El verdadero iniciado no se emociona con nada, no se espanta de ninguna apariencia y sondea con sagacidad los más turbadores misterios, persuadido de que importa ponerlo todo en claro, porque el polvo de oro de la verdad exige se le aísle laboriosamente del barro de las edades y de los escombros del pasado.
Es de observar que los antiguos Masones honraban a Pitágoras como el iniciado que ha contribuido más a hacer esparcir en Occidente la luz del Oriente. Nada más característico a este respecto que el texto del manuscrito ya citado, en que el nombre del filósofo se encuentra cándidamente inglesado.
“Peter Gower, un griego, se ha dicho, viajó para instruirse, por Egipto, Siria y por todos los países donde los Venecianos (léase Fenicios) habían implantado la Masonería. Admitido en todas las Logias de los Masones, adquirió una vasta sabiduría, después volvió a la Gran Grecia donde trabajó, aumentando sus conocimientos, tanto que llegó a ser un sabio poderoso, de una fama muy extendida.
Fundó en esta región una Logia considerable, en Groton (Crotona), donde hizo muchos masones. Entre ellos algunos vinieron a Francia, donde hicieron, a su vez, numerosos Masones, gracias a los cuales, a continuación, el Arte pasó a Inglaterra”.
No veamos, en estas líneas sino un homenaje rendido a las doctrinas pitagóricas, sacadas de especulaciones sobre las propiedades intrínsecas de los números e inspiradas por las sugestiones de las figuras geométricas.
Esta filosofía numeral y simbólica guió a los Masones en el trazado de sus planos y en la elección de las proporciones de cada detalle de sus edificios, es decir ….EN EL DISEÑO DE LA GRAN OBRA, UNO MISMO.