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El martillo, el cincel y la regla

Por: Yesid Rodriguez


El lunes 28 de diciembre de 2015 estando en un local comercial  con mi esposa estábamos entusiasmados cotizando y midiendo con flexómetro en mano, el closet que nos daría el orden que necesitábamos en la habitación de nuestra casa de recreo.


El armario debía tener a lo ancho máximo de 1.50 cm, y 2.40 cm de alto, mi Esposa, opinó que debía comprar uno de menor medida por las dificultades que se tendrían para empotrarlo en el espacio destinado, analicé que se vería feo el hueco sobrante, y decidí comprar el de medida exacta en lo ancho.


Al día siguiente, me desperté muy temprano e inicié el trabajo, me demoré 8 largas horas de sudor y casi lágrimas, las instrucciones decían claramente; “Debe ser armado entre 2 o más personas”, Mi Esposa no me ayudó porque cuidaba a nuestra Hija y mi Madre tampoco, como no le compré su armario no tenía mirada amistosa. Me dio pena pedirle el favor.


El miércoles hice el primer intento de colocación, y ocurrió lo impensable, el armario que llevé tenía desfasadas las medidas del ancho a 1.51 Cm., y en ese instante surgieron en mi mente cualquier cantidad de maldiciones y para completar la escena, llegó mi esposa con su mirada fija y perfecta manifestando la clásica de todos los tiempos: !Te lo dije!, y respirando profundo decidí contestarle con voz (fingida) de calma, que llamaría a un
obrero para que puliera la pared y solucionaría el asunto sin problema.


Al otro día el jueves, con el trabajador evidenciamos las partes de la pared que debían pulirse, pero de un solo golpe con el martillo el obrero rompió y me dijo: “Patrón hay que quitar todo hasta que lleguemos a los bloques y ahí si cabe el mueble, porque con pulidora nos llevaría todo el día y es 31”, y en solo 5 minutos el señor la tenía toda destrozada, y nos dimos cuenta que en la parte del fondo las medidas eran de 1.49 cm de ancho, y cerramos con broche de oro porque en la esquina izquierda del fondo parecía que estábamos frente una columna de sustentabilidad de la casa y el señor dijo: “nos jodimos patrón, no se pudo”.


El obrero concluyó que vendría a poner pañete el día sábado 2 de enero porque el viernes era festivo, se despidió y se fue. Lo peor de esta historia que les narro QQ:.HH:., es que ya no podía devolver el closet, tenía suficientes rayones en el costado como para que fuera recibido por garantía.


Y así estaba terminando el año 2015, derrotado, disgustado, y sentado en una esquina de la habitación, analizando cual fue la primera acción bruta de mi parte que provocó tal desastre, y en ese momento se acercó mi esposa y en un acto de aliento, me cuestionó ¿Te vas a dejar vencer porque todo el mundo te dijo que no se podía?, Y en mi interior se registró un calor y una sensación de lucha que me animó nuevamente, y recordé que simbólicamente yo pertenezco a una Institución de obreros, y que mis herramientas del grado son precisamente el martillo, el cincel y la escuadra, entonces tomé la decisión de desbastarla como he venido haciendo con mi interior desde que ingresé a la Orden. Empuñé el cincel y el martillo que tenía en la caja de herramientas de la casa, y comencé a picar la pared con mucho cuidado como si se tratara de una obra de arte sin forma todavía.


Mis QQ:.HH:. duré sin descanso desde las 11:00 am. hasta las 7:00 pm., del 31 de diciembre del 2015 cincelando, y les aseguro que me machuqué muchas veces en la primea hora, pero la dedicación y voluntad me enseñaron que el secreto de un golpe productivo no estaba en apuntar a la cabeza del cincel, sino en ver el imperfecto que debía quitarse y cuando descubrí eso, empecé a manejar las herramientas casi a la velocidad de un taladro, con delicadeza fui retirando cada protuberancia, cada error,(cada vicio) que impedía que el closet tan bonito que habíamos adquirido entrara armoniosamente y formara parte de la bella estética de nuestra habitación.


La concentración en el trabajo era tal que no me dio hambre, solo bebía agua cuando mi esposa me la brindaba y creo que me sumergí en meditación dada las características de la actividad repetitiva que realizaba.


Y en esas horas de trabajo, en carne propia evidencié materialmente el significado de la simbología de las herramientas que debe utilizar el aprendiz masón, concluyendo que; “la voluntad y la inteligencia transformados en el esfuerzo al momento de utilizar el martillo y el cincel representan sin duda alguna, la acción que nos lleva al progreso de la búsqueda de
nuestra propia perfección”.


Cada pedazo de roca que desbasté lo hice con mucho cuidado, la fuerza debía ser exacta para no sobre pasarme, entonces las media con una regla para analizar cuanto debía cincelar y hallar la armonía requerida. A eso lo llamé discernimiento o prudencia.


Así debe ser nuestro trabajo interior como masones; Aldo Lavagnini dice que al utilizar las herramientas, el aprendiz debe tener en cuenta que: “para que la acción combinada de ambos instrumentos sea realmente masónica, esto es, útil y benéfica para el propósito de la evolución individual y cósmica, tiene que ser constantemente como probada y dirigida por la Escuadra de la Ley o norma de rectitud, cuyo ángulo recto representa la rectitud de nuestra visión, que nos pone en armonía con todos nuestros semejantes y nos hace
progresar rectamente en la senda del bien”.


Cada imperfección que generaba desarmonía y evitaba que el closet entrara perfectamente, lo asimilé a los defectos de mi temperamento y carácter que he tenido en mi interior y que han evitado que la belleza de la sabiduría, me iluminen.


Debo admitir que como aprendiz de obra y masón ha sido toda una lucha, trozos de piedra golpearon mi rostro, literalmente comí cemento, me golpeé la mano muchas veces, pero cada martillazo generaba pequeñas chispas de fuego, lo cual me representó que el trabajo duro y medido lleva consigo destellos de luz que en el futuro serían convertidos o transformados en el triunfo de la fuerza, la belleza y la sabiduría, y eso fue cuando por fin pude colocar perfectamente el apreciado closet en armonía con la pared.


Y finalmente aprendí que sin importar que haya sido un día de fiesta, todos deben ser propicios para trabajar y perfeccionar el templo interior.



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