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DEBE SER LA MUJER COMPLEMENTO DEL HOMBRE EN LA MASONERÍA?


Escrito por el Hn:. Enrique Pizzi de Porras

M:. M:. de la Resp: Log: “Verdad” de Matanzas.
PREMIO:-Medalla. de Oro y Diploma. (29 de Febrero de 1924)


Ningún tema de los que ofrece este brillante Certamen Literario iniciado en buena hora por “El Palenque Masónico, puede encerrar más belleza, ni tener más trascendencia, ni ser contestado de más fácil, rápida y convincente manera que éste; porque con responder categóricamente, sin titubeos, que sí, que la mujer debe ser complemento del hombre en la masonería; con laborar porque la mujer llegue a serlo, se habrá hacho justicia al ser más hermoso de la creación, al ser en que se anidan todas las bondades y todas las virtudes, y al que tan injustamente se trata, cerrando los ojos para no ver sus excelsos dones, y abriéndolos con exceso para agigantar la visión de los que se nos antojan sus defectos, sin cuidarnos de mirar que muy a menudo solemos incurrir nosotros mismos, los hambres, en esa, mismas ligeras faltas, con la variante de que las disculpamos graciosamente en nosotros, mientras nos mostramos intolerantes con la mujer.

La mujer, que es la base fundamental de la Humanidad; la mujer, que es la Madre, y por tanto lo más puro, noble y grande de la Tierra; la mujer, que es la compañera que en el hogar nos proporciona la felicidad que compensa las amarguras y sinsabores de la vida; la amiga cariñosa y fiel en la desgracia, báculo amoroso en la vejez; consejera que pone el corazón en sus palabras; heroína para criar sus hijos; espartana para verlos ofrendar su sangre por la Patria; piadosa con el pobre y con el caído; caritativa con los desventurados: es el complemento de todo punto necesario, para que el hombre comprenda más y cumpla mejor sus deberes masónicos.

No intento al trazar estas líneas entonar un canto en loor de la mujer. Y no porque no la estime digna de las mejores estrofas de los bardos más inspirados; sino porque siento que mi pluma es harto débil, y mis palabras pobres con exceso, para acometer tan magna empresa. Si hablo en alabanza de la mujer, es porque no se puede hablar de la joya más preciada de la naturaleza sino con música de versos y perfume de las flores más fragantes, pero no porque intente abogar en pro de mi rotunda reafirmación sólo con loas a la mujer. Quiero decir que el día que la mujer entre a formar parte en nuestras logias y sea nuestra colaboradora en la obra masónica que nos hemos impuesto, habremos entrado por fin en una era de rectificaciones que están clamando a gritos por su implantación en nuestra amada Orden.

No hay razón alguna en los tiempos en que vivimos, para que la mujer no comparta nuestros trabajos y adorne las columnas de los templos masónicos. Si la Masonería es la institución que predica el amor al prójimo; si la Masonería tiene entre sus más hermosos lemas el de la Igualdad, negándose a establecer ni reconocer diferencias de razas y de posición social entre los hombres, no hay el más mínimo motivo, ni el más leve fundamento, ni razón alguna, para que mantenga una diferencia de sexos que deja relegada a la mujer a los tiempos de la Edad Media.

La capacidad de la mujer, en cuanto a lo intelectual, está evidentemente demostrado que corre pareja con la del hombre. Ella se ha distinguido igual en la Ciencia que en las Artes; ella ha desempeñado tan airoso papel en la Cátedra como en la Tribuna, en el Aula como en el Periodismo, y la Historia, de todos los pueblos del orbe está llena de nombren de ilustres mujeres que ganaron la inmortalidad, acaso con más nobles armas y más legítimamente que muchos hombres que alcanzaron famas y honores y nombradía de que quizás no fueron merecedores.

Y si sus dotes intelectuales valen tanto, tanto valen sus dotes morales; porque la mujer, como esposa, como madre, como hermana, como hija, encierra un tesoro de virtudes que se refleja sí precisamente en los hombres que vienen a integrar la Masonería; y si esas virtudes de que hacemos gala, y si estas bondades nuestras que hacen que seamos admitidos en el seno de la gran institución universal, las hornos bebido en el pecho materno, y nos fueron inculcadas en el hogar desde niño; y si estas ideas que traemos a la masonería san producto de un bello intercambio con las buenas compañeras de nuestra vida; y si queriendo a nuestras hijas hemos aprendido a querer a los niños huérfanos de otro amor, o queriendo a éstos nos liemos preparado para querer y educar a nuestras hijas, ¿cómo puede ser concebible que neguemos la entrada en la masonería a nuestras hijas, a nuestras madres y a nuestras esposas?

Escuelas de vida son las logias. Se aprende en ellas a amar a la humanidad, y porque se está más cerca de la desventura que toca todos los días a nuestras puertas, se aquilata el valor verdadero del bien y del mal.

Está dotada además la mujer, de un espíritu observador tan privilegiado; es tan justiciera por investigadora o tan investigadora por justiciera, y tiene una sagacidad tal, que su cooperación nos valdría grandemente para que no fuésemos sorprendidos como lo somos muy a menudo por hombres sin escrúpulos, tristemente equivocados, que vienen a la Institución por todo aquello en cuya busca no deben venir, porque no van a encontrarlo entre nosotros. El ojo avizor de la mujer sabe leer en el hombre hasta en lo más recóndito de sus pensamientos lo que otro hombre no llegará a descubrir nunca, sino a costa de una grave decepción, porque lo que en el hombre es una vana y pretensiosa suspicacia, es en la mujer una sagacidad envidiable. Esto hará que los que llamarnos malos masones, que los apóstatas y los que vinieron en pos de lucro, no vean con buenos ajos la intromisión de la mujer en la masonería; pero éstos debe importarnos poco para nuestros fines. Esos malos masones tomarán miedo a verse ante un juez de tanta infalibilidad como generalmente lo es la mujer, y huirán de las logias„ dejando más puestos para tanta bondadosa mujer cono pueda venir a laborar a nuestro lado.

La mujer es el complemento perfecto necesario, imprescindible del hombre, para llegar al mejor cumplimiento de sus deberes masónicos. Es preciso marchar con los tiempos, abrir los ojos a la luz de nuestro siglo, y ver que la mujer, sin las prerrogativas del hombre, se ha abierto paso a sí misma y ha pasado a ocupar un puesto en todos los frentes de la civilización y es preciso recordar también, que la Sagrada Biblia nos cuenta cómo Dios en el sexto día de la creación del mundo, después de haber hecho la luz y la atmósfera, y haber reunido las aguas en el mar y cubierto la tierra de plantas y árboles, y creado el sol, la luna y las estrellas que brillan en el firmamento, y los peces que nadan en las aguas y las aves que vuelan por les aires, y poblado la tierra de animales de toda especie, creó al hombre a su imagen y semejanza.

Y es necesario recordar, por último, que Dios no quedó satisfecho de su obra; y entonces, sumiendo en un sueño misterioso a Adán, le tomó una de sus costillas y formó con ella el cuerpo de la primera mujer.

Desde aquella hora, desde la Creación del Mundo, la mujer es complemento del hombre; y si el Gran Arquitecto del Universo no quedó satisfecho de su obra hasta que hubo creado a la mujer, nosotros no podemos sentirnos satisfechos hasta que la mujer comparta completamente nuestros derechos y nuestros deberes en la Masonería.

Porque podemos afirmar, seguros en nuestro aserto, que cuando la Masonería haga justicia a la mujer y la traiga a sus columnas a colaborar con nosotros como complemento del hombre, habremos dado el paso máximo a la suprema perfección humana a que nos es dable aspirar.

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