El masón coopera a la expresión o realización del plan del Gran
Arquitecto, o Inteligencia Creadora, cuyas obras aparecen doquiera en
el Universo. Este plan es la Evolución: la Evolución Individual y la
Evolución Universal de todos los seres, el progreso incesante y la
elevación de la conciencia, en constante esfuerzo y en una superación
igualmente constante de las imitaciones, constituidas por sus
realizaciones anteriores. El Plan del Gran Arquitecto obra
automáticamente en la vida de los seres inconscientes, que se sienten
empujados hacia delante, hasta el momento en que ellos mismos alcanzan
el plano o nivel de la autoconciencia, que caracteriza el estado
humano y diferencia al hombre del animal, que no tiene necesidad de
darse cuenta de la razón de los impulsos que lo dominan ni de las
Fuerzas que lo conducen. Pero para los seres dotados de autoconciencia
y de las facultades del juicio y del libre albedrío (los que comieron
del simbólico fruto del Árbol del Bien y del Mal), el progreso cesa de
ser posible en un estado de mera pasividad, y se necesita comprensión
e inteligente cooperación, en proporción con el desarrollo de estas
dos facultades. En otras palabras, mientras la Naturaleza, por sus
propios esfuerzos, evoluciona como resultado de una actividad de
millones de años, a través de los reinos mineral, vegetal y animal,
hasta producir su Obra Maestra, el hombre, cuyas posibilidades
espirituales lo distinguen por completo de los seres inferiores; y
para que pueda éste transformarse en un ser todavía más elevado y
perfecto, en un Maestro, se necesita que el hombre coopere
voluntariamente con la Obra de la Naturaleza o Plan del Gran
Arquitecto. El masón se distingue así del profano, en cuanto entiende
y realiza esta cooperación voluntaria y consciente, convirtiéndose en
un Obrero dócil y disciplinado de la Inteligencia Creadora,
esforzándose en seguir el Sendero que conduce al Magisterio, o sea a
la perfección de la Magna Obra del Dominio completo de sí mismo y de
la redención o regeneración individual. Pero este Magisterio es para
el Aprendiz un Ideal necesariamente lejano: él se halla todavía en los
primeros pasos del sendero, en sus primeros esfuerzos de tal
cooperación voluntaria, con un Plan, una Ley y un Principio Superior
que lo conducirán a realizar las más elevadas posibilidades de su ser,
y para ello las cualidades que ante todo debe adquirir son
precisamente docilidad y disciplina. Es digno de nota que estas dos
palabras vengan respectivamente de los dos verbos latinos docere y
discere, que significan “enseñar” y “aprender”. Dócil es el adjetivo
que denota la disposición para aprender, la actitud o capacidad
necesaria para recibir la enseñanza. Disciplina, en sus dos sentidos
de “enseñanza” y “método de reglas a los que uno se sujeta”, viene de
discípulo, término equivalente al de aprendiz. Por lo tanto, ser
disciplinado debe considerarse como el requisito fundamental del
Aprendizaje, que es la disciplina a la cual el aprendiz o discípulo
naturalmente se somete para poder ser tal. La disciplina es la parte
que al aprendiz compete en el Plan del Gran Arquitecto: la
harmonización de todo su ser y de todas sus facultades que lo hará
progresar de acuerdo con las Leyes Universales, transformándolo de
piedra bruta en piedra labrada, capaz de ocupar dignamente su lugar y
llenar el papel y las obligaciones que le competen. Esta disciplina es
voluntaria, y de ninguna manera pudiera ser impuesta de afuera, o por
otra parte de otros: es la disciplina de la libertad que tiene en la
libertad individual su base indispensable, y es al mismo tiempo la que
otorga al hombre su más verdadera libertad y la custodia. Y es una
disciplina libertadora, en cuanto libra a las Fuerzas Espirituales
latentes, al “Dios encadenado” que vive y espera en el corazón de todo
hombre, y es la fuente de sus más íntimos anhelos, de sus más nobles
ideales, de sus más altas aspiraciones
USO DE LA PALABRA
La Palabra se hace efectiva por medio de su aplicación en oportunas
afirmaciones y negaciones entendidas para conducir nuestro ser interno
al reconocimiento o percepción de la Verdad que la misma Palabra
quiere revelarnos. Muy explícitas y oportunas son sobre este punto las
palabras del más grande Iniciado que conocemos: Si perseveráis en mi
Palabra (o en la Palabra) conoceréis la Verdad y la Verdad os hará
libres. La Palabra debe, pues, afirmarse y repetirse con fidelidad y
perseverancia para que pueda conducirnos a la conciencia de la Verdad
que encierra. Entonces esta Verdad se hará efectiva en nuestra vida,
convirtiéndose en verdadero poder que nos libertará del error, del mal
y de la ilusión. Además todas nuestras palabras, indistintamente,
tienen un poder constructivo o destructivo sobre nuestro ser, nuestro
carácter, nuestra vida y nuestras relaciones: las palabras positivas
tienen un poder constructivo, las negativas destructivo; las primeras
unen y atraen, las segundas desunen y alejan. Es, pues, de importancia
esencial que elijamos muy cuidadosamente lo que pensamos y lo que
decimos, pues detrás de cada palabra o pensamiento está aquel mismo
Poder del Verbo que se halla en el principio de toda cosa: Todas las
cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que es existiría.
Afirmar el Bien, negar el Mal; afirmar la Verdad, negar el Error;
afirmar la Realidad, negar la Ilusión: he aquí en síntesis cómo debe
usarse constructivamente la Palabra. Como ejemplo damos una afirmación
característica que debe leerse y repetirse individualmente, en íntimo
secreto, y a semejanza de la cual muchas otras pueden formularse.
Existe una sola Realidad y un solo Poder en el Universo: Dios, el
Principio, la Realidad y el Poder del Bien, Omnipresente y
Omnipotente. En consecuencia, nada hay que temer fuera del mismo
temor: como no existe ningún Principio del Mal, éste no tiene realidad
y poder verdaderos, y es sólo una imagen ilusoria que debe reconocerse
como tal para que desaparezca. Existe una sola Realidad y un solo
Poder en mi conciencia: Dios, el Principio, la Realidad y el Poder del
Bien, la Omnipresencia, Omnisciencia y Omnipotencia del Bien. Por
consiguiente, el mal no puede tener sobre mí y sobre mi vida poder
alguno, si yo mismo (dándole vida o combatiéndolo) no le reconozco y
confiero temporalmente realidad y poder: es un dios falso que se
antepone al Verdadero Dios, que es Bien Infinito, una sombra ilusoria
que impide que resplandezca la Luz de lo Real. El Espíritu Divino es
en mí, Vida Eterna, Perfección Inmortal, Infinita Paz, Infinita
Sabiduría, Infinito Poder, Satisfacción de todo justo deseo,
Providencia y Manantial de todo lo que necesito y se manifiesta en mi
vida: mis ojos abiertos a la Luz de la Realidad ven doquiera Armonía y
Buena Voluntad: el Principio Divino que se expresa en todo ser y en
toda cosa. EL PRINCIPIO DEL BIEN La palabra reconoce implícitamente el
Bien como único Principio, Realidad y Poder, y consecuentemente el Mal
como pura ilusión y apariencia que no tiene Realidad ni poder
verdaderos. Esta es la enseñanza de todos los iniciados: de aquellos
que han llegado a penetrar y establecerse con su conciencia por encima
del dominio de lo aparente, en donde el Bien y el Mal figuran como
poderes iguales, como pares de opuestos irreconciliables que luchan
constantemente uno contra otro, y que se alternan como el día y la
noche, la luz y las tinieblas, la vida y la muerte. El iniciado sabe
que, detrás del mundo de la apariencia, existe una sola y única
Realidad, y que esta Realidad es el Bien: Bien Infinito, Omnipresente
y Omnipotente; que fuera de esta única y sola Realidad, nada existe y
nada puede existir. Que lo que consideramos mal es una sombra
inconsistente, una verdadera irrealidad, una pura y sencilla ilusión
de nuestros sentidos y de nuestra imaginación, que debe ser superada
en lo más íntimo de nuestra conciencia para que pueda desaparecer como
concreción exterior. La primera letra de la Palabra Sagrada, con la
cual es costumbre nombrar la Columna del Norte, nos recuerda este
Principio del Bien, en el cual debemos poner toda nuestra confianza,
la que nos hará partícipes de sus beneficios, pues un Principio se
hace operativo únicamente en cuanto es reconocido, y vive y reina en
nuestra alma. El hombre esclavo de la ilusión del mal, reconociéndolo
como poder y realidad, le da preponderancia en su vida, y sus
esfuerzos para combatirlo remachan las cadenas de la esclavitud.
Únicamente cuando lo reconoce como ilusión, y cesa consecuentemente de
tener poder en su conciencia, es cuando en realidad se libera de él.
LA PRIMERA COLUMNA
La Palabra Sagrada del Aprendiz es también el nombre de la primera de
las dos columnas que se hallan a la entrada del simbólico Templo
levantado por la iniciación: el Templo de la Verdad y de la Virtud.
Esto quiere decir que su reconocimiento es el Principio Básico (o
columna) que puede conducirnos a atravesar la Puerta de dicho Templo:
sin este reconocimiento nunca podremos esperar ingresar en él; su
puerta permanecerá cerrada hasta que no reconozcamos esas dos
columnas, de las cuales únicamente la primera compete al grado de
Aprendiz. Esta columna cerca de la cual el Aprendiz recibe su salario
es pues la Columna de la Fe, columna que él mismo debe levantar en él
y hacer de ella un punto de apoyo. Es un principio del que nunca debe
separarse, en sus pensamientos , palabras y acciones, bajo cuya sola
condición podrá actuar de una manera siempre segura y constructiva en
todas las circunstancias de su vida. De cuanto ya hemos dicho se
desprende con toda claridad la importancia de la Palabra y de la
interpretación de su significado, por ser la inteligencia y el uso de
dicha Palabra lo que verdaderamente hace al iniciado y al masón. Esta
Palabra puede y debe aplicarse indistintamente en todas las
condiciones de la existencia, estando en ella el Poder de libertarnos
del mal y establecernos en el Bien. Si, por lo tanto, aprendemos a
permanecer fieles a esta Palabra o íntimo reconocimiento, toda forma
de miedo o de temor cesará de dominarnos y de tener poder sobre
nosotros: si la Fuerza es en Él (que es la Realidad y el Principio del
Bien), toda apariencia del mal es sólo una ilusión que tiene poder
sobre nosotros mientras nuestra mente reconoce esta ilusión como
“realidad”, pero que desaparece tan pronto como cesamos de darle en
nuestro fuero íntimo realidad y poder. El temor es, pues, la única
cadena que nos ata al mal y puede darle algún dominio sobre nosotros;
si cesamos de temerle y, con pleno y profundo convencimiento de
nuestra conciencia, le negamos al mal verdadera existencia y realidad,
huirá de nosotros como huyen las tinieblas al aparecer la Luz. Esto
explica cómo Daniel, verdadero iniciado y fiel a la Palabra, pudo
estar perfectamente tranquilo en medio de los leones hambrientos, y
cómo éstos no le hicieron ningún daño. Esta columna de Fe absoluta en
el Principio o Realidad cuya existencia y omnipotencia ha reconocido
en sí mismo, es la que el Iniciado debe levantar en su interior para
que le sirva de base sobre la cual apoyar todos sus esfuerzos, lo
mismo de baluarte que de defensa en cualquier circunstancia o
peligro.
EL PRIMER MANDAMIENTO
La Palabra Sagrada del Aprendiz tiene un significado análogo al
Primer Mandamiento: Yo soy el Señor tu Dios: no tendrás otro dios
delante de mí. Aquí también vemos el implícito reconocimiento de una
sola Realidad, la Realidad Espiritual de todo; de un solo Principio,
Poder y Fuerza: el Principio de la vida, que es el Principio del Bien
y el Poder y la Fuerza que en Él únicamente residen. Y la segunda
parte del mandamiento nos muestra cómo en este reconocimiento debemos
encontrar el poder soberano que nos asiste y nos hace triunfar sobre
toda ilusión o creencia en el poder o en la fuerza de las cosas
exteriores. La confianza debe ponerse única y exclusivamente en lo
Real, en aquella Realidad de la cual hemos adquirido (como resultado
de la iniciación) la conciencia y el contacto interior, y que es por
lo tanto nuestro “Padre o Señor”, ya no en los falsos dioses de las
consideraciones triviales a los que tributan su adoración la mayoría
de los hombres. Este Principio que vive en nosotros es nuestro Dios, o
sea la Luz que nos ha conducido fuera de Egipto, la ilusión de los
sentidos, el país de las tinieblas y de la esclavitud. El éxodo de
Israel es, pues, una pintoresca imagen de la iniciación, del éxodo
individual del pueblo elegido de los iniciados, fuera del dominio o
país de la esclavitud, en donde reinan los falsos dioses, o sea las
ilusiones de los sentidos, para llegar a la Tierra Prometida de la
libertad y de la independencia.
LA PALABRA
Así como el toque muestra que el masón debe esforzarse por penetrar
en la esencia profunda de las cosas en vez de quedarse en la
superficie, la Palabra muestra su acto de fe y la actitud interior de
su conciencia. La palabra Sagrada que el aprendiz consigue como premio
final de sus esfuerzos, después de haberse sometido a las pruebas de
la iniciación, muy lejos de ser una palabra sin sentido, tiene un
significado profundo cuya comprensión y aplicación bien vale el
esfuerzo que ha sido menester para conseguirla. Es una palabra que se
da secretamente para que permanezca en el secreto de la conciencia, y
el aprendiz haga de ella el uso fecundo que demuestra su compensación.
La Palabra Sagrada significa:
EN ÉL LA FUERZA
Y es, por lo tanto, el implícito reconocimiento (consecuencia de la
iluminación recibida, como resultado de sus esfuerzos en los viajes
del Occidente al Oriente) de que la Fuerza Verdadera y Real no reside
en el mundo de la apariencia ni en las cosas materiales, sino en el
Mundo Trascendente en el cual se halla el Principio Inmanente de todo.
Este reconocimiento, cuando sea efectivo y profundo convencimiento del
alma, debe producir un cambio completo en la actitud de un ser: el
iniciado se distinguirá así del profano, y, en vez de poner como éste
su confianza en las cosas y medios exteriores, la pondrá únicamente en
el principio de la Vida, que es el Principio del Bien, cuya presencia
y omnipotencia ha reconocido dentro de su propio ser. El conocimiento
y el uso de la Palabra Sagrada es, pues, la base de la verdadera
libertad e independencia: cesando de depender por completo de las
cosas externas y del capricho de los hombres, el iniciado se libra de
las consideraciones materiales, que atan a todos los que todavía no
conocen en dónde se hallan la Fuerza y el Poder Verdaderos, y los
hacen más o menos esclavos de estas cosas. Así aprende el iniciado a
no doblar nunca la rodilla ante los hombres, por elevados que sean sus
puestos y los cargos que puedan tener en la sociedad, y se hace igual
a los reyes tratando a todos los hombres sin orgullo ni arrogancia, e
igualmente sin miedo y sin temor, o sea simplemente como hermanos.
Pero saber doblarla ante el eterno, reconociéndolo como la única
Realidad y el único Poder, quitándose como Moisés, ante el zarzal
ardiente, los zapatos de la ignorancia y presunción, y humillando
delante de Él las asperezas de su personalidad, para poder recibir Su
Luz y hacerse receptivo a Su Influencia, en íntima comunión, en el
místico secreto del alma.
EL TOQUE
También el toque tiene un sentido profundo, de lo que no se dan
cuenta la mayoría de los masones, dado que significa, de una manera
general, la capacidad de reconocer la cualidad real que se esconde
bajo la apariencia exterior de una persona, y, por lo tanto, implica
un grado de discernimiento proporcionado al grado de comprensión que
hemos individualmente alcanzado. Mientras el hombre profano al
conocimiento de la Verdad (que se consigue por medio de la iniciación)
basa sus juicios y sus apreciaciones sobre consideraciones puramente
exteriores, el iniciado se esfuerza en verlo todo a la Luz de lo Real
y juzga de una manera bien distinta, por haber adquirido, en un grado
proporcionado al de su iniciación, la facultad de ver las cualidades
reales, íntimas y profundas de las cosas. En vez de quedarse en la
superficie, en la máscara que constituye la personalidad, o sea la
parte más superficial e ilusoria del hombre, se esfuerza en ver su
individualidad, o la expresión individualizada del Principio Divino en
él, que constituye su Espíritu, el Hombre-Real, Eterno e Inmortal. Los
golpecitos son los toques simbólicos con los cuales la cualidad de
masón vibrará en respuesta natural y espontáneamente manifestándose
como tal. Este reconocimiento prepara el abrazo fraternal en el cual
se comunica la Palabra, o sea el Verbo y el Ideal más elevado que se
halla presente en sus corazones y que esconden celosamente para el
mundo profano de la crítica y de la malevolencia, las “malas hierbas”
que sofocarían e impedirían el crecimiento de esos preciosos gérmenes
espirituales. Cada golpe es un esfuerzo para penetrar debajo de la
piel, o sea bajo la ilusión de la apariencia, hasta encontrar el Ser
Real; es la búsqueda individual, para descubrir el Misterio Final
dentro de uno mismo y de todas las cosas en las tres etapas que
representan las palabras evangélicas: Buscad y encontraréis, pedid y
se os dará, llamad y se os abrirá, refiriéndose a la Verdad, a la Luz
y a la Puerta del Templo. Así pues, el toque manifiesta y reconoce la
cualidad de iniciado en los Misterios de la Construcción, que se
desarrollan en el individuo y en todo el Universo. Y expresa también,
como consecuencia natural, la Solicitud fraternal que el iniciado
manifestará en todas sus relaciones con sus semejantes, y
particularmente con sus hermanos
PENSAMIENTO, PALABRA Y ACCIÓN
Pensar, hablar y obrar, según mejor podamos, de acuerdo con nuestros
más íntimos ideales y profundas convicciones, es un trinomio que
directamente nos concierne en cada momento de nuestra diaria
existencia. Pensar bien es pensar rectamente, de acuerdo con la
escuadra del Juicio, orientando toda nuestra actividad mental hacia lo
que en sí sea bueno, bello y verdadero. El pensamiento recto es
pensamiento positivo y constructivo, sentado sobre las fundaciones
inviolables de la Verdad y del Bien: los pensamientos negativos y
deprimentes y todos los pensamientos inarmónicos que descansan sobre
la ilusión deben desecharse de la mente, así como Jesús lo hizo
simbólicamente con los profanadores del Templo. Esa misma escuadra
debe apoyarse, según nos lo indica el signo de Aprendiz, sobre la
garganta, para medir todas nuestras palabras, de conformidad con
nuestros ideales y sentimientos más elevados, rechazando todas
aquellas que no se conformen con esa medida, de manera que nunca se
hagan ellas portavoces de nuestras tendencias más bajas y negativas,
de nuestros errores y juicios superficiales, de nuestros
resentimientos y pasiones mezquinas, o del dominio que la ilusión
puede tener todavía sobre nosotros. Debemos, asimismo, evitar toda
crítica que no sea realmente constructiva, y sobre todo nos
permitirnos ninguna expresión que no sea inspirada por una verdadera
benevolencia. El dominio de las palabras es más fácil que el de los
pensamientos, y, en la medida de la sinceridad individual, tiende a
producirlo. Pero este último es, naturalmente, el más importante dado
que nuestras palabras no pueden expresar sino aquello que “se
encuentra en nuestro corazón”. De aquí cómo a la selección de las
palabras deberá seguir la de los pensamientos, según lo indica, como
veremos, el signo del Compañero. De la misma manera, según dominemos
nuestras palabras y pensamientos, nos será posible dominar también
nuestras acciones. Y así llegaremos al tercer punto: obrar bien, o sea
acertadamente, y en nivel con las leyes morales de equidad y justicia
que gobiernan las relaciones armónicas entre los hombres, y en aplomo
con nuestros mismos principios, ideales y aspiraciones. Este es, pues,
el signo con el cual se hace universalmente conocer y reconocer el
Masón.
EL IDEAL MASÓNICO
Los dos Vigilantes representan también, respectivamente, el nivel y
la plomada. Esta última principalmente concierne al Aprendiz, en
cuanto muestra la dirección vertical de sus esfuerzos y de sus
aspiraciones, para realizar lo que hay de más elevado en su ser y en
sus potencialidades latentes. Este esfuerzo, en sentido opuesto a la
gravedad de los instintos, es el que caracteriza al masón en su deseo
de mejoramiento. Su mira debe, pues, dirigirse constantemente hacia el
Ideal más elevado de su alma, para realizarlo en cada pensamiento,
palabra y acción. Así como la planta crece y progresa por medio de sus
esfuerzos verticales, así también nosotros, fijando nuestra mirada en
el Ideal que nos revela la verdadera luz, creceremos en su dirección y
llegaremos a encarnarlo, adelantándonos en la senda de nuestro
progreso individual. Este es el uso que debemos hacer de la plomada
para levantar el simbólico Templo a la Gloria del Gran Arquitecto, de
que proceden nuestras más elevadas aspiraciones: el Templo que
construimos o levantamos en nuestro interior con nuestra propia vida,
la actividad constructora que obra en nosotros según los planes de la
Inteligencia Creadora o Principio Evolutivo del Universo, a la cual
tenemos el privilegio de cooperar conscientemente con nuestro
entendimiento y buena voluntad. El Templo y la piedra cúbica son una
misma cosa: el Ideal que debemos realizar individualmente y en nuestra
vida esforzándonos en superar nuestros defectos y debilidades, y en
vencer y dominar nuestros vicios, instintos y pasiones, que son las
asperezas de la piedra bruta que representa nuestro estado de
imperfección. El perfeccionamiento de sí mismo: he aquí la parte
esencial y fundamental en la Obra del Aprendiz. Un perfeccionamiento
que consiste en educar, o sea educir: sacar fuera y manifestar a la
Luz las gloriosas posibilidades de nuestra Individualidad,
despojándonos de los defectos, errores, vicios e ilusiones de la
personalidad, el antifaz que esconde nuestra más verdadera naturaleza.
Caminar y esforzarse hacia la Luz, buscar la Verdad y establecer en su
dominio el Reinado de la Virtud, libertarse progresivamente de todas
las sombras que oscurecen y nos impiden la manifestación de esta Luz
Interior que debe brillar siempre más clara y firmemente,
esclareciendo y destruyendo toda tiniebla, es, en síntesis, la noble
tarea de todo verdadero masón. Una vez que hayamos abierto los ojos a
este superior estado de conciencia y que la hayamos directamente
reconocido, esta Luz que está en nosotros se manifestará naturalmente
alrededor de nosotros en la vida toda, así como en nuestros
pensamientos, palabras y acciones
LOS INSTRUMENTOS DE LA OBRA
Ese trabajo de la piedra, que también históricamente es el primer
trabajo humano, necesita para su perfección tres instrumentos
característicos, que son el martillo, el cincel y la escuadra. Esta
nos sirve de medida a fin de asegurarnos de que la obra más
propiamente activa de los dos primeros procede con las normas o
criterios ideales universalmente reconocidos y aceptados; aquéllos son
los medios complementarios con los cuales la perfección concebida o
reconocida ha de hacerse efectiva. La escuadra representa
fundamentalmente la facultad del juicio que nos permite comprobar la
rectitud o falta de la misma, o sea la octogonalidad de las seis caras
que se trata de labrar, así como de sus aristas y de los ocho ángulos
triedros en que se unen, con objeto de que la piedra sea rectangular,
como ha de serlo toda piedra destinada a formar parte de un edificio.
Por medio de la escuadra es como nuestros esfuerzos para realizar el
ideal que nos hemos propuesto pueden ser constantemente comprobados y
rectificados. De manera que estén realmente encaminados en la
dirección del ideal, según lo muestra la simbólica marcha del
Aprendiz, que nos enseña la cuidadosa aplicación de ese precioso
instrumento sobre cada paso y en cada etapa de nuestra diaria
existencia. En cuanto al martillo y el cincel, como instrumentos
propiamente activos, precisamente representan los esfuerzos que, por
medio de la Voluntad y de la Inteligencia, necesitamos hacer para
acercarnos a la realización efectiva de esos Ideales, que representan
y expresan la perfección latente de nuestro Ser Espiritual. El
martillo, que utiliza la fuerza de gravedad de nuestra naturaleza
subconsciente, de nuestros instintos, hábitos y tendencias, es, pues,
emblemático de la Voluntad, que constituye la primera condición de
todo progreso, y es al mismo tiempo el medio indispensable para
realizarlo. Necesitamos querer antes de poder hacer, y también para
hacer y poder hacer, siendo la Voluntad la fuerza primaria de la cual
pueden considerarse derivadas todas las demás fuerzas, y por lo tanto
aquella que a todas puede dominar, atraer y dirigir. Debemos, sin
embargo, precavernos de los excesos a los que pudiera conducirnos el
culto exagerado de la facultad volitiva, dado que los resultados de
esta Fuerza soberana entre todas las fuerzas cósmicas pueden también
ser destructivos, cuando no se la aplique y dirija constructivamente
por medio del discernimiento que se necesita para su manifestación más
armónica, de acuerdo con la Unidad de todo lo existente. Pues así como
el martillo empleado sin el auxilio del cincel, que concentra y dirige
la fuerza de aquél en armonía con los propósitos de la obra, pudiera
fácilmente destruir la piedra en lugar de acercarla a la forma ideal
para su destino, así igualmente la Voluntad que no se acompaña con el
claro discernimiento de la Verdad no puede nunca manifestar sus
efectos más sutiles, benéficos y duraderos. El propósito inteligente
que debe dirigir la acción de la voluntad es lo que representa
precisamente el cincel, como instrumento complementario del martillo
en la Obra masónica. Esa facultad que determina la línea de acción de
nuestro potencial volitivo no es menos importante que esto, dado que
de su justa aplicación, alumbrada por la Sabiduría que se manifiesta
como discernimiento y visión ideal, dependen enteramente la cualidad y
bondad intrínsecas del resultado: una hermosa obra de arte sobre la
cual se ha de cernir la admiración de los siglos, o bien la obra tosca
y mal formada que revela una imaginación enferma y un discernimiento
todavía rudimental. Para que la acción combinada de ambos instrumentos
sea realmente masónica, esto es, útil y benéfica para el propósito de
la evolución individual y cósmica, tiene que ser constantemente
comprobada y dirigida por la Escuadra de la Ley o norma de rectitud,
cuyo ángulo recto representa la rectitud de nuestra visión, que nos
pone en armonía con todos nuestros semejantes y nos hace progresar
rectamente en la Senda del Bien. Esta función eminentemente directora
de la Escuadra, que representa y expresa la Sabiduría, hace de la
misma el símbolo más apropiado del Ven.’.M.’., así como el martillo,
emblema de la Fuerza, puede atribuirse al Primer Vigilante, y el
cincel, productor de la Belleza, al Segundo. Y así como la actividad
combinada de los tres instrumentos es indispensable para la obra
masónica, así igualmente la cooperación más completa de las tres Luces
de la Logia es indispensable para que ésta pueda desarrollar una labor
realmente fecunda
TRABAJO DEL APRENDIZ
Desbastar la piedra bruta, acercándola a una forma en relación con su
destino: he aquí la tarea o trabajo simbólico al que tiene que
dedicarse todo Aprendiz para llegar a ser el obrero que posee
enteramente su Arte. En este trabajo simbólico, el Aprendiz es a la
vez obrero, materia prima e instrumento. Él mismo es la piedra bruta,
emblemática de su actualmente todavía muy imperfecto desarrollo, a la
que tiene que convertir en una forma, o perfección interior, que se
halla en estado latente dentro de esa imperfección evidente, de manera
que pueda tomar y ocupar el lugar que le corresponde, de acuerdo con
el Plan, en el edificio al que está destinada. Dado que la Perfección
es infinita, y en su estado absoluto inasequible, únicamente podemos
esperar acercarnos a la perfección ideal que nos es dado concebir, en
el estado o etapa de progreso en que actualmente nos encontramos.
Nuestro progreso se desarrolla, pues, a través de grados sucesivos de
perfección relativa, y el propio reconocimiento de nuestra
imperfección por un lado (la piedra bruta), y el de un ideal que
anhelamos, por el otro, son las primeras condiciones indispensables,
para que pueda haber un tal esfuerzo o trabajo. El trabajo mismo
consiste en despojar a la piedra de sus asperezas, poniendo primero en
evidencia las caras ocultas en el estado de rudeza de la piedra;
luego, rectificando esas caras, alisándolas y quitándoles todas
aquellas protuberancias que la alejan de una forma armoniosa como la
que es preciso lograr. Es importante notar que no se trata de acercar
la piedra a la forma de un determinado modelo exterior, si bien esto
puede servir de incitación e inspiración, sino que el modelo o
perfección ideal ha de buscarse dentro de la misma piedra, de cuyo
fuero íntimo ha de ser manifestada o educida la forma propia que a
cada piedra idealmente le pertenece. O sea, saliéndonos de la
metáfora, se trata de reconocer y manifestar la perfección innata del
Ser Intimo, de la Idea Divina que mora en cada uno de nosotros, cuya
expresión relativa y progresiva es el objeto constante de la
existencia.