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EL MASÓN ENTRE LA DUDA Y LA CERTEZA

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“La búsqueda de la verdad, tarea que debiera preocupar a todos los seres humanos, es el trabajo, es el afán propio del masón. Su caminar por la Orden le debe llevar a descubrir los valores que dignifican la vida y, junto a ellos, su encuentro con la verdad significará la cristalización de su esencia humana”.


Lo señalado en el párrafo precedente constituye uno de los fundamentos básicos de nuestro quehacer como masones. La Orden nos pone permanentemente en la disyuntiva de enfrentarnos con nosotros mismos y de buscar en forma armónica y constante la razón de nuestro destino y de nuestra existencia. La formación de cada uno depende del hábitat en que le corresponde vivir y del cual no puede desligarse. Por el contrario, no sólo deberá enfrentar los desafíos con los medios que tenga a su alcance, sino que se tendrá que comprender y amar el entorno que se le ha entregado, con sus costumbres, sus tradiciones y su cultura.


El inicio del caminar como masón será incierto, ya que éste no estará en condiciones de decidir cuál ruta seguir. Pero estará consciente de que deberá proceder a la elección dentro de los marcos de ética y moral que le dicte su conciencia que, en un principio, no le será fácil de visualizar. De este modo, sólo podrá saber si ha elegido bien, una vez que haya tomado su decisión y comience, en forma objetiva, a dar sus primeros pasos en su etapa de aprendizaje.


Sus primeras elecciones no estarán exentas de aprehensiones, temores, esperanzas y fracasos, fundados o no; aspectos propios de un ser dotado de inteligencia y con poder de deducción, a los cuales deberá enfrentarse constantemente… Expresado en pocas palabras, su comportamiento estará invadido por la duda… Duda respecto de qué camino seguir… Duda respecto de cómo responder a los diversos desafíos… Duda acerca de cómo tomar la decisión más sabia, más justa, más ética… Duda respecto de si las respuestas encontradas serán “la Verdad”, una parte de ella, o sólo errores que le obliguen a seguir buscando. Los primeros pasos, vacilantes y temerosos ante lo desconocido le inducirán incógnitas que tendrá que despejar en su marcha inexorable hacia el final de la existencia humana. El camino elegido habrá de variar tantas veces como sea necesario hasta encontrar aquél que le parezca el más adecuado a sus posibilidades y la respuesta que espera encontrar. Pero lo que sí deberá tener claro, es que jamás podrá ser simple espectador o podrá dejar que el azar resuelva sus dudas o temores. Sólo él podrá dilucidar si se encuentra en un camino correcto, porque sólo su conciencia será quien le indique si está o no satisfecho con la respuesta encontrada, que no es otra cosa que “su respuesta” y no necesariamente la de los otros.


El caminar tanto por los senderos de la reflexión sólo le conducirá a comprender que la búsqueda ha tenido, apenas, un éxito relativo, ya que solamente ha logrado visualizar sus deberes y responsabilidades y el hecho de que puede considerar como absoluta, únicamente, la verdad de su existencia, ya que su materia desaparece y se transforma.


A estas alturas, sólo podrá, aparte de saber que lo único absolutamente cierto de su existencia es que ésta habrá de terminar en algún momento y, por lo tanto, revisar lo que ha sido su vida personal; en consecuencia, podrá sentirse satisfecho de haberse preocupado fundamentalmente de conocerse a sí mismo, de haber ponderado y evaluado correctamente su especial condición de ser humano y, por lo tanto, perfectible; de haber sido capaz de detectar las impurezas que afectan a su personalidad, de reconocer con valentía sus defectos y con humildad sus virtudes; de reconocer que las respuestas que se le van generando no poseen la condición de ser verdades absolutas y, por lo tanto, siempre será necesario seguir buscando otras, cada vez más adecuadas, aunque no por ello definitivas. Es decir, por mucho caminar y esforzarse, la otra certeza que podrá tener es la de reconocer que la verdad encontrada es su mejor verdad, pero no necesariamente la verdad de todos… De aquí deriva la última certeza posible: la permanente necesidad de seguir perfeccionándose cada día.


Es obvio que duda y certeza son dos conceptos complementarios. Cuando uno de ellos aumenta, el otro necesariamente disminuye y, aunque triste después de mucho esforzarse, siempre va a prevalecer la duda sobre la certeza.


A modo de conclusiones, consideremos las aseveraciones siguientes:




  • Se puede calificar la ética masónica como una moral subjetiva, progresista, volitiva, autónoma, racionalista, humanista, analítica, selectiva y laica.

  • La ética radica en el aquí y ahora en que se halla toda persona digna y libre que necesariamente debe actuar en el mundo y como ser racional.

  • La ética orienta la vida del individuo y le ayuda a conseguir sus fines humanos mediante la práctica de las virtudes morales, es decir, lo guía en la realización de sí mismo y de sus potencialidades, modificando sus hábitos.

  • La ética masónica afirma la autonomía de los valores y principios morales que los masones deberán practicar libremente, buscando siempre su perfeccionamiento, la conquista de su felicidad y la de los demás seres humanos.

  • La ética francmasónica permite concebir al ser humano como un “animal ético”, porque tanto la moralidad como su comportamiento ético son expresiones de espiritualidad que procede de la conducta reflexiva, consciente, responsable y libre.

  • Las únicas certezas posibles son: el saber que la existencia humana es limitada y la de necesitar un permanente perfeccionamiento.

  • La senda para seguir en el perfeccionamiento del ser humano está poblada de dudas permanentes que definen, en todo momento, la necesidad de seguir buscando la verdad, a veces, tan esquiva.

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